Cerca de las 07:00 horas de ayer (06:00 en el centro de México), saludó a numerosos niños y niñas al salir de la Nunciatura Apostólica, en Lima, para volar a la ciudad de Trujillo, en el norte de Perú, capital del norteño departamento de La Libertad y ciudad costera en el Océano Pacífico, y continuar su viaje a este país que inició el pasado jueves por la tarde y concluirá hoy.

Pasadas las 10:00, ya en Trujillo, frente al mar, tras saludar a miles de pequeños y de adultos y ante aproximadamente un millón de personas en una homilía en la explanada de la playa de Huanchaco en esa que, destacó el Papa, es “la ciudad de la eterna primavera”, el Pontífice les recordó a los peruanos al Niño costero.

Perú lo detesta y Francisco lo sabe.

Más que lodo, piedras, grava, sedimento, arena, arcilla… el Niño costero arrastró dolor y, aunque atacó a todo Perú lo hizo con más fuerza sobre Trujillo, Piura y otras zonas del norte y es un trágico recuerdo de los primeros cuatro meses de 2017 que remite a calentamiento anómalo del mar en la costa, humedad, fuertes aguaceros e inundaciones.

A los aluviones los peruanos les llaman “huaicos”, masa enorme que las lluvias torrenciales desprenden de las alturas de los Andes y que, al caer en los ríos, ocasionan su desbordamiento.

El saldo nacional oficial es dramático: más de 160 muertos, medio millar de heridos, 19 desaparecidos, más de un millón 845 mil damnificados, cuantiosos daños en viviendas y destrozos en más de 61 mil kilómetros de infraestructura vial y en mil 370 puentes.

Francisco rememoró que los discípulos de Jesús, como muchos pobladores de Trujillo, “se ganaban la vida con la pesca”.

“Ustedes, al igual que los apóstoles, conocen la bravura de la naturaleza y han experimentado sus golpes. Así como ellos enfrentaron la tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el duro golpe del Niño costero, cuyas consecuencias dolorosas todavía están presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron reconstruir sus hogares”, afirmó.

“Por esto quise estar aquí y rezar con ustedes”, explicó.

Los discípulos, evocó, “salían en barcas, como algunos siguen saliendo en los ‘caballitos de totora’, y tanto ellos como ustedes con el mismo fin: ganarse el pan de cada día. En eso se juegan muchos de nuestros cansancios cotidianos: poder sacar adelante a nuestras familias y darles lo que las ayudará a conseguir un futuro mejor”.

“Esta ‘laguna con peces dorados’, como la han querido llamar, ha sido fuente de vida y bendición para muchas generaciones. Supo nutrir los sueños y las esperanzas a lo largo del tiempo”, narró.

“Estos sacudones cuestionan y ponen en juego el valor de nuestro espíritu y de nuestras actitudes más elementales”, advirtió.

“Sé que, en el momento de la oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño, estas tierras supieron ponerse en movimiento”, les reconoció.

Alegre y satisfecha, la multitud respondió agradecida, le aclamó y, en coro, rezó con Francisco una oración sobre la Virgen de la Puerta, advocación mariana cuya imagen y principal centro de culto está en Otuzco, en la sierra de Trujillo: “Virgencita de la Puerta, échame la bendición. Virgencita de la Puerta, danos paz y mucho amor”.

Sonriente, tras la misa, el Papa siguió haciendo una de sus costumbres predilecta: saludar a niños y niñas.

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