Texto: Carlos Villasana y Ruth Gómez.

Fotografía actual: Archivo de EL UNIVERSAL

Diseño web: Miguel Ángel Garnica.

Hoy en día no es extraño tener decenas de videos guardados en el celular; hay aquellos que son grabados intencionalmente, ya que se convierten en el recuerdo de un momento en específico -familiar, personal o laboral- o los que son noticias, de broma o virales.

Pero no siempre fue cotidiano tener la oportunidad de reproducir, literalmente, un momento que fuese relevante en la vida de alguien la cantidad de veces que esa persona quisiera. Si bien la historia de la cinematografía se remonta a finales del siglo XIX, el uso amateur de las cámaras inició a mediados de la década de 1960, con la cámara súper 8 .

De acuerdo a la investigación que Álvaro Vázquez Mantecón realizó para la Filmoteca de la UNAM , “el formato de película súper 8 salió al mercado en 1965 por la marca Kodak. La película en súper 8, igual que la de 8 mm, sólo estaba perforada de un lado de la cinta, por lo que además se podía utilizar el extremo sin perforaciones para poner una pequeña banda magnética de sonido.

El nuevo formato significó una revolución porque permitía a los cineastas amateurs aspirar a crear un cine sonoro, más parecido al que veían habitualmente en las salas cinematográficas”.

Anteriormente, la creación de películas o videos con sonido requería de mecanismos independientes a la cámara, por eso fue sumamente innovador que con una cámara de pequeño formato como lo era la súper 8, se pudieran generar videos con sonido que se le podían añadir después -con la cinta magnética- y hasta mediados de los años setenta salieron al mercado cámaras con las que se podía grabar imagen y sonido de manera simultánea.

Al igual que hoy en día con todo el avance tecnológico, la cámara súper 8 no era accesible para todos . En México hubo un crecimiento económico significativo, lo que permitió que miembros de clases medias y altas pudieran adquirir una cámara súper 8 -y algún equipo para proyectar los resultados –e iniciar la filmación de sus eventos personales y empezar a hacer pininos dentro de la creación cinematográfica.

Vázquez Mantecón explica en su libro que el súper 8 “se difundió rápidamente en la sociedad mexicana. Más allá del ámbito casero, muchos jóvenes aspirantes a cineastas participaron en cursos y talleres, con el objeto de filmar películas con un carácter más ambicioso. Para mediados de los años setenta las innovaciones tecnológicas y posibilidades del súper 8 crecieron de manera notable (...) Para ese momento, las marcas más prestigiadas incursionaron en la venta de cámaras súper 8: Kodak, Canon, Bolex, Bell&Howell, AGFA, Minolta, Sanyo … El precio variaba entre los los mil 800 y los 7 mil pesos [para imaginar el costo aproximado en aquella época, el dólar equivalía a 12.50 pesos, antes de que le quitaran los tres ceros a la moneda]. Las más sofisticadas ofrecían control de zoom eléctrico, que permitía hacer acercamientos y alejamientos más suaves, en lugar de la brusquedad del control manual con una palana de los primeros modelos”.

Cuando la vida se grababa en súper 8
Cuando la vida se grababa en súper 8
Cuando la vida se grababa en súper 8
Cuando la vida se grababa en súper 8

Cámara y cartuchos súper 8 que la marca KODAK relanzó a inicios de 2018. Imagen: Kodak.

El formato de grabación en súper 8 se utilizaba para bautizos, bodas, fiestas o eventos deportivos que ocurrieron a lo largo de las décadas de su auge; para Álvaro Vázquez Mantecón, la llegada de la cámara permitió que se popularizara la práctica cinematográfica haciendo lo que personas de cualquier edad en estos años hace: grabar su cotidianidad, capturar a la ciudad vista desde los intereses de quienes están tras la lente.

Esto fue importante ya que a partir de los eventos ocurridos en 1968, quienes podían grabar los eventos de la ciudad empezaron a registrar aquello que estaba prohibido o que no era bien visto; los jóvenes -independientemente de su formación, pero que tenían acceso a una de las cámaras- empezaron a generar historias diferentes a las del cine comercial, se inscribieron a cursos para hacerlas realidad y organizaron todo un circuito en el que las podían difundir, proyectar y premiar.

Las cámaras súper 8 fueron las favoritas de los jóvenes ya que podían realizar películas cuyos mensajes no fueran controlados por el gobierno o que dependieran económicamente de alguna institución gubernamental. Entre los años setenta y ochenta del siglo XX se hicieron más de 200 películas en este formato que se presentaron en varias ciudades del país; a veces estaban organizadas desde alguna facultad de la UNAM o por centros culturales independientes.

Algunos títulos de estas cintas fueron “El Asunto”, “Fragmentos” o “Los años duros” de Gabriel Retes, “La segunda primera matriz” de Alfredo Gurrola; “Mi casa de altos techos” de David Celestinos; “Jícama” de Sergio Díaz Zubieta y O. Santos.

“Sin embargo, las características del súper 8 que aseguraban su independencia también hicieron difícil su preservación. Pocos realizadores hicieron copias de sus cintas y prácticamente no se preservaron en los acervos fílmicos”, explica Álvaro Vázquez en su libro, ya que el proceso de revelado y copia de los rollos súper 8 solían ser elevados; a diferencia de “otros formatos, como el 8, el 16 y el 35 mm, en donde un negativo podría servir de matriz para muchas copias más, en el súper 8 una vez que se filmaba el cartucho se enviaba a revelar y se obtenía un rollo único del que se podían obtener copias, aunque eran caras”. Fue en 1989 que la compañía Kodak suspendió el revelado de película súper 8, ya que había mucha oferta; aquí dos ejemplos de cómo es la estética de un rollo súper 8:

Cuando la vida se grababa en súper 8
Cuando la vida se grababa en súper 8
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