Todos hemos escuchado alguna vez el singular silbido del carrito de camotes en las calles de la capital, pero no imaginamos que la mayoría de estos vendedores son de un mismo pueblo y que se turnan para salir varias veces al año a distintas ciudades.

Malacota. El pueblo de los camoteros
Malacota. El pueblo de los camoteros

El pueblo de Malacota, que se distingue por la amabilidad de sus habitantes, se conforma de alrededor de 3 mil 200 personas, según datos de Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (Inegi); 65% de la población es indígena.

El presidente municipal, Osvaldo Chavarría Villar, afirma que 20% de la población se dedica a la venta de camotes y el resto a actividades como la horticultura, piscicultura y agricultura.

Cada dos meses, estos camoteros regresan a su pueblo con las ganancias de sus ventas para abastecerse durante un mes.

A pesar de que la mayoría coincide en que el consumo de camote va en decadencia, sobre todo entre las nuevas generaciones, el 13 de agosto es un día especial en la localidad, pues celebran la fiesta más esperada de todo el año.

Agradecen tener trabajo

Este día se realiza la ceremonia de bendición de estos singulares carritos, elaborados por ellos mismos, como una forma de agradecer que a pesar de las bajas ventas, aún pueden seguir viviendo de este trabajo.

También se organiza una feria con productos de la región en la que no pueden faltar los camotes. Ese día los vendedores hacen un recorrido de 500 metros alrededor del pueblo hasta llegar a la iglesia, donde se bendicen cerca de 150 carritos.

Este día la iglesia del pueblo se atiborra hasta la entrada; las personas visten sus mejores atuendos, los camoteros retocan sus carritos para que queden relucientes y los adornan con globos.

Se congregan para escuchar la misa en la que el cura desea que la producción sea fructuosa y que Dios los cuide en sus recorridos. Después regalan con gusto sus camotes.

Es antes de esta fiesta que se organizan y se van a otras ciudades cercanas como Guadalajara, en Jalisco, Querétaro, Aguascalientes, Guanajuato, Michoacán o la Ciudad de México, donde se quedan cerca de 20 días trabajando para juntar dinero y gastarlo en esta celebración en compañía de sus familias.

Este día, difícilmente EL UNIVERSAL podía entrevistar a un solo camotero a la vez, ya que todos estaban muy entusiasmados con participar en la plática; sin embargo, el organizador de los camoteros de Malacota, quien también es uno de los más veteranos en la tradición, tomó la palabra; es Rafael Castillo Pascual, hombre de 51 años.

Don Rafael reconoció no saber bien el origen de la tradicional venta de camotes y recordó que, desde 1950, su papá y otros hombres del pueblo emigraron a la capital en busca de trabajo, donde aprendieron la venta de camote y transmitieron esa tradición al pueblo.

Dice que desde pequeño su papá lo llevaba en un cajoncito dentro del carrito de camotes. A los 15 años empezó a vender por su cuenta.

Con semblante triste expresa que la gente ya casi no consume los camotes porque no les gusta el sabor y comenta que “el negocio no nos da para mucho, pero nos da para vivir aquí en nuestra comunidad”.

Antojo en peligro de desaparecer

Pese a las bajas ventas, la cuarta generación de camoteros de esta familia continúa a través de su nieto, estudiante de preparatoria, quien aún vende en sus ratos libres para financiar sus estudios.

La tradición de la feria inició en 2003 y don Rafael refiere que en un principio él se puso de acuerdo con algunos camoteros para organizar una misa de bendición, misma que inició con un carrito y que han ido aumentando año con año.

En 2018 se legitimó esta festividad por parte del municipio de Morelos, Estado de México, bajo la organización de la presidenta del DIF, Mónica Flores Benítez. Este año el programa incluyó bandas musicales y payasos, entre otros eventos.

Rafael, como muchos otros camoteros, no pierde la fe en que seguirán vendiendo, y aunque resulte contradictorio frente a la baja en ventas, actualmente existen más de 300 camoteros en la población de Malacota, cuando en el año de 1960 había alrededor de 40.

Dice que en ocasiones la gente se queja por el ruido de los carritos y mientras lo dice imita el silbido: “La gente cree que lo hacemos a propósito pero es nuestra fuente de trabajo, si no lo hacemos, no sabrían que vendemos camotes. Nos identifica, las personas nos dicen ¡ay ya cálmense con ese ruido!”, expresó con una ligera sonrisa.

Algunos otros están muy agradecidos de que visitemos su localidad y piden muchos camotes.

Cuando salen a otros estados se van en una camionetita en la que transportan sus carritos, ahí duermen durante varias noches hasta haber terminado la venta, otras veces en algunas ciudades tienen que enfrentarse a la delincuencia, o adaptarse junto con otros grupos urbanos para pasar las noches.

Las mujeres también se integran a la comunidad camotera “se la rifan vendiendo”, menciona Rafael, dice que al igual que muchas de ellas, su mamá también vendía. Recuerda que en 1980 el precio era de 50 centavos, ahora cuestan 25 pesos.

Alejandro Ordoñez Rojas, de 25 años, comenta: “Antes cuando tenía 13 años, se vendían cerca de 60 camotes diarios, ahora son como 30”. Pareciera que el dejar de consumirlos es un problema generacional.

Malacota. El pueblo de los camoteros
Malacota. El pueblo de los camoteros

El precio de cada carrito varía entre dos mil pesos los pequeños y cuatro mil los más grandes, el tiempo de elaboración es de dos semanas y los hacen cada cuatro meses aproximadamente. Duran cuatro años.

Otro tímido camotero, Mario Flores, se armó de valor y dijo: “Yo quiero decir algo, gracias a este trabajo he sacado adelante a mi familia, dos de mis hijas son profesionistas... ser camotero es un trabajo honrado”.

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