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Karla Corina Díaz, de 38 años, llega en su silla de ruedas al campamento instalado en el cruce de Balsas y Miravalle. Algunos vecinos la reconocen y la saludan, le tocan el hombro o el brazo derecho, que sigue un poco adolorido. Ríe con frecuencia, agita los brazos y platica. Contagia de buen humor a sus conocidos.

A poco más de dos semanas del sismo del 19 de septiembre nadie pensaría que estuvo atrapada, casi sin respirar, bajo los escombros del edificio de Balsas 18, en la colonia Miravalle, delegación Benito Juárez.

Ese día, Karla, quien habitaba un departamento del cuarto piso con sus cuatro perros, recibió a Pablo, un entrenador que empezaría las clases para educar a dos de las mascotas. Pero empezó el sismo y aunque intentaron salir sintieron golpes de losas y muros que se vinieron abajo.

“Fueron las dos horas más largas de mi vida”, recuerda, pues transcurrieron con las piernas enterradas bajo escombros, casi doblada porque tenía una losa encima y su barbilla quedaba pegada al pecho, mientras una viga presionaba su costado.

A unos metros estaba Pablo, también atrapado. Él, casado y con hijos, fue quien pudo gritar para pedir ayuda y así guiar a los rescatistas al punto en el que se encontraban.

“Gracias a él fue que nos pudieron rescatar”, comenta la licenciada en administración de empresas. De esa forma los pudieron sacar del inmueble del cual ya no son visibles el estacionamiento y primer piso porque se aplastaron con el peso de los tres niveles superiores que siguen en pie, a punto de colapsar.

Karla tiene fracturas en seis costillas, lesiones en ambas piernas y en su frente una cicatriz de 10 centímetros por uno de los golpes que recibió.

Hace una semana salió del hospital y sigue con su recuperación. A pesar de las lesiones, bromea, dice que se siente “como una tortuga volteada sobre su caparazón”, porque casi no se puede mover cuando se acuesta en la cama, pero agrega que esa limitación le enseñó a valorar hasta lo mínimo y tener a alguien que le ayude a desplazarse en silla de ruedas.

“Dentro de las tragedias tiene que haber algo positivo, pensé en que si sobreviví, efectivamente fue para vivir y vivir no es tener miedos, rencores o pensar en “el hubiera”. Eso me sacó adelante y si la tierra tiene movimiento, yo también tengo que moverme, no puedo quedarme “enterrada” una vez más”, afirma a unos metros del edificio de donde la rescataron.

Parte de su fortaleza se debe a otras pérdidas, como el fallecimiento de su hermano al ser atropellado hace siete años, la partida de su padre, el cierre de una empresa comercializadora que tenía... aún así dice que ya no puede esperar más para recuperarse, emprender algún otro negocio y “tener otra vez mi casa”.

Luego de ser dada de alta empezó a ir al campamento que mantienen vecinos de Balsas 16, 18 y 20 así como directivos de escuelas contiguas, pues por el derrumbe no pueden volver a sus hogares y planteles; esperan una respuesta de las autoridades para saber cuál será su futuro, además de prevenir cualquier acto de rapiña.

Pide a las autoridades sensibilidad y mayor apoyo para salir de la incertidumbre sobre qué pasará con sus casas y cómo resolver esta situación.

Ante las víctimas del sismo, espera la pronta resignación de los familiares, mientras que a las personas aún hospitalizadas les aconseja “no sentirse mutilados, no dejarnos enterrar, duele mucho, pero que esto mismo nos impulse a salir adelante”.

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