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Puebla, Pue.— El 19-S es un recuerdo constante. Paty Acevedo, una sobreviviente, empacó y se mudó con su familia a la ciudad donde nació por el trabajo de esposo y aprovechó para intentar olvidarse del día en que quedó atrapada mientras Diego Arcos, uno de sus rescatistas, evade las escenas de muerte y dolor tras los derrumbes.

Paty quedó presa entre los escombros del inmueble Álvaro Obregón 286, en la colonia Roma; ahí estuvo 12 horas hasta que bomberos, paramédicos y un civil hicieron un hoyo en la estructura y la sacaron. 10 días después, convaleciente por el daño que sufrió en su brazo, conoció a Diego, uno de los voluntarios de la Cruz Roja que estuvo presente esa tarde.

Hace un año se vieron el rostro por primera vez, se abrazaron, agradecieron y comieron pozole mientras platicaban de sus recuerdos. En ese entonces, Paty se sentía agradecida por volver a ver a su esposo y a sus dos hijos, mientras que Diego quería inscribir a su hija de ocho años a un curso de primeros auxilios en Polanco.

Doce meses después del terremoto ambos se reunieron en la ciudad de Puebla, lejos de los edificios altos y del bullicio de la Ciudad de México.

Paty, quien viste un pantalón negro y una blusa de rayas bicolor con un moño rojo atado al cuello llora al confrontarse con su estado emocional: “Tengo muchos sentimientos encontrados, recién que pasó lo del sismo estaba tranquila, pero ahora que se vuelve a recordar todo me siento triste, contenta, pero como que analizo más y te lo juro que, ¡veme!, no puedo decir: ‘Pues ya pasó’. Me duele porque me acuerdo. El acordarme ahí, sepultada, me duele”, confiesa.

La mujer de ojos grandes, claros y gestos delicados cuenta que al estar a solas en la capital escuchaba el crujir del concreto a su alrededor, como si el cerrar los ojos la condenara a regresar a Álvaro Obregón 286. Intentó instalar una aplicación móvil que la previniera de un sismo, pero las notificaciones del aparato sólo lograron ponerla nerviosa y que saliera de prisa, estuviera vestida o no.

Después del sismo, Paty fue sorprendida por muchos, los demás rescatistas se contactaron con ella, le mostraron grabaciones y le contaron detalles. A ellos, específicamente a los bomberos Ismael e Isidro, les agradece por darle una inyección de ánimo, de vida y de solidaridad.

Su vida como sobreviviente gira en torno al sismo: regresó tres veces a aquel edificio, una de ellas cruzó palabra con una chica que lloraba mientras veía hacia el inmueble, le contó que sus amigos habían muerto y ella se salvó porque ese día faltó a trabajar.

Le dieron de alta por sus lesiones y recientemente volvió a sentir dolor en el brazo izquierdo; se reunió con aquellas compañeras de curso que sobrevivieron al terremoto; cumplió 40 y va por los 41 años; está ansiosa de redescubrir Puebla, la ciudad donde nació; se dio cuenta que su triángulo de vida, lo que la mantienen a flote, hoy son sus hijos, su esposo y su trabajo.

Diego ahora no puede mudarse a otra ciudad ni cambiar de profesión. Él ve tragedias todos los días, atiende gente atropellada, niños enfermos, hombres y mujeres baleados. Aún así, de los mil casos atendidos en el último año, lo que más le duele es recordar a los que no pudo rescatar y el llanto de los familiares.

Como paramédico le recomiendan desprenderse de las víctimas, pero asegura que es imposible, “en 24 años he visto casos fuertes pero aislados. No nada más hablamos de sangre y de cuerpos, sino de gente afuera añorando que sus familiares salieran, pidiendo por favor que diéramos una noticia. Yo creo que eso es lo más triste”.

Sin embargo, lo que lo mantiene con el uniforme colocado, dice, son las ansias de cubrir con su hija una emergencia, pues sí la inscribió en el curso.

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