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En la colonia Álamos hay una casa de fachada naranja que no tiene anuncios, pero por dentro es un cabaret con un escenario adornado con una cortina roja aterciopelada, mesas redondas y un servicio de bar que ofrece dos marcas de cerveza. Para entrar hay que tocar el timbre, y la recepcionista, una rubia con cabello anaranjado y sombras azules sobre los párpados, abre la puerta y dice con voz afeminada: “Sí, ¿diga?”.

Este no es un bar clandestino, es Casa Club Roshell, un lugar que no necesita de publicidad en sus paredes, pues es reconocido por la comunidad gay en la Ciudad de México como “un oasis”, un refugio instalado desde 2004 donde personas travestis, transexuales y transgénero son guiados por la fundadora Roshell Terranova durante su transición, y también un centro donde hay shows nocturnos.

Son las nueve de la noche, el club recibe a mujeres transexuales que llegaron a la fiesta de cumpleaños de Liliana Alba “la gerente de broncas” —como amorosamente le apodó Roshell— en la que habrá una noche de canto, baile y comida hecha en casa. Las chicas llegan con otras amigas y permanecen algunos segundos en el looby, un salón cuadrado donde hay tres sillones, una pared repleta de cuadros con fotografías que podrían contar la historia de la casa, y una estatua gris con la figura musculosa de un hombre desnudo.

Roshell Terranova es una mujer transgénero de tez clara, estatura baja, con un vestido negro brilloso, entaconada, y un cabello acomodado con algunas ondas que caen sobre sus hombros. Su maquillaje, además, es impecable. Ella cuenta, entre risas, que uno de sus primeros recuerdos de su experimentación con productos que son usualmente usados por las mujeres ocurrió durante la secundaria, cuando se aclaró el cabello.

“Me metí al baño de mi casa y comencé a decolorarme el cabello, pero cuando lo sequé vi que me había quedado muy güero, entonces salí corriendo a comprarme un tinte negro. Pues me lo pongo y ¡me quedó muy oscuro!”.

Su familia, dice, nunca la oprimió por sus preferencias sexuales ni por la transición que hizo, pero Liliana, la cumpleañera, encontró su identidad en la universidad, cuando estudiaba una ingeniería: “Me metí al internet e hice una búsqueda de cosas que me interesaban, tenía muchas dudas, entonces leí sobre Roshell y vine”.

El momento de convivir comenzó, las mesas del cabaret se llenaron. Hay travestis con vestidos pegados y tacones altos, beben cerveza, platican, y a veces se paran para cruzar palabras con otros conocidos. Al salón, con paredes oscuras y espejos, llegaron dos parejas.

Una está vestida con los mismos colores y pareciera que comparten el clóset, son Pina y su amiga Eugene, que de día se presentan como los esposos Eugene y Felipe, con más de diez años de casados y tres hijas. Pina y Eugene se peinaron igual, con una cola de caballo, se vistieron igual, con vestidos negros, y también adornaron sus muñecas con relojes y pulseras.

Un día Eugene encontró en la recámara una caja, y al abrirla encontró ropa de mujer, “recuerdo el día, pensé que eran los trofeos de Felipe, pero después vi que tenía cosas mías”. Felipe, angustiado, le explicó que a veces le gustaba vestirse de mujer.

La pareja fue a terapia, buscaron ayuda para entender lo que había pasado, hasta 10 años después que Eugene aceptó que su esposo Felipe disfrutaba de vestirse como mujer. Sus tres hijas también han paseado en la calle con la dupla Pina-Eugene, sobre todo en las marchas de la comunidad LGBTTTI.

En una de las mesas donde convive Pina y Eugene está una mujer delgada con una peluca color caoba, usa una falda larga, las uñas de sus pies están pintados. Se niega a que le tomen fotografías, pues afuera de Casa Club Roshell es un hombre de 40 años que tiene un trabajo como todos.

Como él hay visitantes que buscan a Roshell por su trayectoria como defensora de la comunidad LGBTTTI, una mujer transgénero que ha sido reconocida no solo por Jacqueline L’ Hoist, titular del Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred), quien asegura que la labor que ha realizado en el club ha garantizado un espacio para promover la libertad y el respeto.

“Creo que Casa Roshell es un sitio no solamente de refugio emocional, de no vivir solo o sola la transición, sino que se acompaña de seminarios con información para que la gente sepa qué está sucediendo con ellos, porque desafortunadamente en los libros de texto aún no hay estos datos”, dijo L’ Hoist.

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