Sósima Olivera Aguilar

tiene la sonrisa de las mujeres libres, con los huaraches bien puestos. Ella es chontal y es la tercera generación de una estirpe mezcalera y campesina, originaria de San Miguel Suchixtepec, Oaxaca . Desde niña vio durante todos los abriles que recuerda como su padre se quedaba cuidando su producción de chato, uno de los magueyes de su región. “Se veía como las abuelitas cuando ponen a cocer sus frijoles”, describe. A los palenques se va para elaborarlo de forma colectiva y sí, hay mujeres, como ella, que son verdaderas conocedoras del tema.

“Tres colibrí”

es el nombre de la cooperativa a la que pertenece, junto con cinco familias más que se han dedicado desde siempre a este oficio, tanto en su pueblo como en Sola de Vega . Se unieron en 2010 y en 2012 legalizaron esta alianza para vender su marca pues ellos creen en el trabajo comunitario más que en la individualidad. Esa dinámica es una analogía del policultivo en el cual crecen las agaváceas en sus terrenos, donde siembran también maíz, frijol, calabaza y chile. “Si no se da el maguey, se da la milpa”, es su filosofía.

Si quieres visitarla, esta mujer te recibe en un hermoso patio que descubres detrás de un portón negro en la calle de José María Pino Suárez, en el Centro de la “Verde Antequera”. Desde afuera no te imaginas que llegarás a un jardín de árboles frondosos y una mesa donde las charlas y las saboreadas suceden. Al fondo, en los estantes de una habitación reposan múltiples bidones de cristal que contienen elixires de magueyes provenientes tanto de su terruño como de otros lares mezcaleros. Hay que probar para aprender.

Entre sorbos, risas y reflexiones, la plática lleva a hablar de sabores, retos y contexto social. Sósima opina que el machismo está presente en este mundo en el que se desenvuelve, aunque a veces se niegue, se minimice o se disfrace. “'A ver 'sácale', ¿no que sí sabes? A ver tómale, ¿a poco aguantas?'. Te retan, poniendo a prueba tu capacidad“ cuenta, aunque ese tipo de acciones la tienen sin cuidado: ama al mezcalito, y está segura de lo que es y lo que sabe.

“Ahora hay más facilidades que cuando era chica. Mi hermano mayor y menor comían y luego se iban a jugar. Yo quería ir pero no podía porque me tocaba lavar los trastes. Ellos fueron a la escuela y a mi me dijeron la gran mentira de que nací para casarme”, dice Sósima, quien apoya a otras para que también se animen a compartir sus experiencias, a contar que ellas también conocen a la planta, el proceso y la bebida.

El trabajo en equipo ayuda a no desgastarse y hacer todo mejor: no es solo una lucha de género, sino una muestra de colectividad y reciprocidad. “Estamos en esto como parte de nuestras tradiciones, no para hacer una marca. Lo de la cooperativa surgió por una necesidad. Mi abuela fue una mujer viuda y tuvo que hacerlo. Si no tienes un varón, tienes que entrarle como todos”, dice. Algunos días hay que destilar, otros más corresponde hacer la comida y el atole, atizar la olla o arrear mulas. Tal vez no cargan las piñas, pero sí manejan la camioneta que las traslada.

La costumbre en su tierra es que la destilación se haga en alambique o en ollas de barro: ambos son usuales en la actualidad. Una curiosidad de la zona es que antes se fermentaba en cuero de vaca: a su mamá, quien era partera y hacía tónicos para las recién paridas con las “puntas” del mezcal, todavía le tocó ver eso en su infancia, pero ya no se hace así. Piensa que ha sido una bebida de resistencia porque las costumbres de los pueblos han sido muy fuertes y se han defendido, a pesar de que el racismo todavía sigue, opina.

Añade que el pelón verde es el maguey que ellos siembran más; y de los que menos tienen son chato y chuparrosa . El gusto histórico en su poblado es alto en graduación alcohólica y su mercado solía ser más regional, pues lo bebía la gente que trabajaba en los cafetales en La Merced del Potrero, a donde solo se llegaba a pie, después de horas de viaje. Ahora, Tres Colibrí se venderá con marbetes, y aunque tengan que llamarle “destilado de agave” de manera comercial, es un mezcal , de ese que manifiesta la naturaleza cuando entra en el cuerpo y la mente.

Podrían enumerarse aquí una lista de características organolépticas de los destilados que ofrece la maestra, pero la idea es que eso lo descubra cada quien, en su propia experiencia ya que cada grupo y dinámica es distinta. Quizá te toque probar un canastudo de Chichicapa o un sacatoro de Guerrero. Son tus mezcales, Sósima, los que mueven conversaciones más allá de lo sápido.

$200.00 degustación por persona (se prueban alrededor de cinco mezcales), $400 si es con comida (cupo mínimo de 5 y máximo de 10 personas por grupo, previa cita un día antes)

(951) 221 3498 (la ubicación se revela al reservar).

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