Finalmente, Micaela despertó, sus delirios preocuparon a todos, la fiebre hizo que la mujer dijera un sin número de incoherencias, mentó durante largo tiempo a un tal Sixto y a una tal Zenaida, que sólo ella y Dios sabían en realidad quienes eran.
Son tonterías que se dice cuando la fiebre llega a la cabeza, dijo la madre de Micaela a sus nietos y yerno, no se preocupen esto pasará cuando la destemplanza abandone el cuerpo de esta niña.
La calentura fue desapareciendo poco a poco, el remedio fue muy agresivo pero necesario, según comentó la abuela, jitomates guajillos y cebollas asados, machacados en caliente para untarse en pies y corvas y envolver piernas en papel y tollas, para sudar la enfermedad, al mismo tiempo colocaron lienzos fríos en la frente para que el calor no se subiera a la cabeza de la enferma.
Aquel extraño remedio comenzó a dar resultados, Micaela volvió en si, como si regresara de un largo viaje abrió los ojos y lo primero que vio fue el rostro requemado por el sol de su madre.
¿Dónde estoy? ¿qué ha pasado? ¿ya está listo mi mole verde con calabazas y pollo? Tengo desde hace horas el olor aquí clavado, como cuando estaba embarazada de Tacho, que lo único que me daba consuelo era comer el famoso mole de doña Zenaida.
¿Será que estoy embarazada de nuevo? A esta edad, no creo, se contestaba y se preguntaba, usted qué cree madre. La madre apretó la mano de su hija y con una sonrisa le contesto, eso del embarazo quien sabe, pregúntaselo a tu marido y a ti misma, yo que tengo que ver con esas cosas, pero podría ser, ya ves que en esta familia nos da por tener hijos después de los cuarentas, así es que tú sabrás yo por lo único que vine fue por la fiebre que te cargabas, pero esta ha cedido y creo que ya no te llenará la cabeza de locuras.
Madre, interrumpió Micaela, me siento bien, pero creo que es tiempo de llamar a Zenaida que hace el mejor mole verde del pueblo, que lo prepare para que yo agarre de nuevo fuerzas y me pueda ir a trabajar al taller.
No sé cuántas horas he soñado con la preparación del mole, resulta que asé la pepita de calabaza en el viejo comal de barro, lo molí perfectamente bien en el metate, que usted me regalo cuando me case, ese con el que mi marido bailo en la boda y que ha soportado tantas moliendas, sudé como nunca, pero fue reconfortante, porque el olor invadió todos mis sentidos.
La hierba de aguacate, el cilantro, las hojas de rábano, las hojas de lechuga y el toque de hierba santa, le dan un olor y sabor único al mole de Zenaida, amén del tomate verde y el chile serrano, que los cuece al punto.
Espero que esa mujer llegue pronto para comerme un buen taco con tortilla recién hecha y unos frijolitos de esos que cosechamos hace unos cuantos días.
Pero este antojo no tiene nada que ver con la fiebre que me acaba de abandonar, seguro que tiene que ver con la felicidad de comer y estar a punto de saber si estoy o no embarazada.