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Racismo, espionaje, contrabando y una mujer sin brazos forman parte de la historia de un pequeño rincón sui géneris de la ciudad de Colima: el Jardín del Recuerdo, antes conocido como el Panteón de los Gringos, donde a lo largo de 93 años fueron sepultados 151 extranjeros.

Aunque formalmente este espacio que hoy se encuentra inmerso en la capital del estado comenzó a funcionar como cementerio en 1851. Para contar su historia hay que remontarse hasta 1833, cuando una fuerte epidemia de cólera azotó al país.

El historiador Abelardo Ahumada, cronista de Colima, señala que en ese tiempo la costumbre era enterrar a los muertos cerca de los templos; en el interior a los acaudalados, que podían pagar una cripta y afuera, en los camposantos, al resto de la gente.

Pero la epidemia de esos años saturó los camposantos, incluso hay testimonios de familias en las que un integrante moría detrás de otro y tenían que abrir las tumbas cada semana para un nuevo entierro.

Así se resolvió abrir un nuevo cementerio en el extremo oriente de la ciudad y evitar riesgos sanitarios.

Por esos años empezaron a llegar a Colima muchos extranjeros, en su mayoría europeos o estadounidenses que desembarcaban en Manzanillo. Varios de ellos traían la misión de explorar recursos naturales de la zona y confirmar si eran susceptibles de explotación. Ahumada señala que actuaban como una especie de espías.

En 1846 con la intervención de Estados Unidos en México, el puerto de Manzanillo duró cuatro años cerrado al comercio, pero abierto al contrabando. Eso, recuerda el cronista, generó la llegada de más extranjeros.

“Una vez que se pacificó el país, muchos de los extranjeros que vivían en Manzanillo decidieron ir a vivir a Colima, una ciudad más en forma, con mejor clima y mejores servicios”, señala Ahumada.

Pero, como todos, los extranjeros que habían llegado en los últimos lustros comenzaron a toparse con la muerte; y su racismo provocó que se negaran a querer compartir la tumba con los colimotes. Así, en 1842, un grupo pidió al ayuntamiento permiso para abrir un cementerio exclusivo.

El cabildo negó la autorización debido a que apenas unos años atrás se había construido un cementerio nuevo a causa de la epidemia de cólera.

Ante la negativa, en 1846 el grupo promotor de esta iniciativa, entre los que había ingleses, estadounidenses, alemanes e incluso polacos, se reunió con un “gringo” de nombre Robert Barney. Él tenían una fábrica de hilado y tejidos al norte de la ciudad, cerca del río Colima, junto a un español y un colimote.

La fábrica tenía mucho terreno y los extranjeros no dudaron en pedirle un poco de tierra; así en 1848 comenzó a construirse el cementerio.

“Construyeron un jardín para hacer un cementerio bonito, plantaron algunas de las palmas que aún se ven ahí y otros árboles (...) Hasta 1851 se enterró a la primera persona y dejó de servir como panteón en 1944”, relata el historiador, porque a los extranjeros avecindados en Colima ya no les interesaba estar separados de los colimotes en la muerte.

Nunca se exhumaron los cadáveres y las tumbas permanecieron en su sitio durante muchos años, aunque el cementerio ya no funcionara. Así, quedó abierta la puerta a las historias y leyendas del lugar, que hoy se llama Jardín del Recuerdo y se ubica sobre la avenida Tecnológico.

No se sabe qué fue de las lápidas, pero Ahumada asegura que todavía hace algunos años una de ellas permanecía en un estacionamiento público del centro de Colima.

Hoy la única escultura en el lugar es La Libertad, una estatua traída de Italia. Mucho tiempo la efigie estuvo en un jardín detrás de la catedral, pero un temblor la derribó y quedó abandonada. Hoy, sin brazos, la escultura de Carlo Nicoli da la bienvenida a este cementerio sin lápidas.

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