Un crayón color rojo dibuja el relieve de una bestia de metal. Encima, sobre el lomo, una caravana de hombres y mujeres —sobre todo jóvenes— intenta dominarla. Otro crayón verde rodea la muralla sobre ruedas, son árboles, cerros, montañas y un desierto como parte del escenario que acompaña al tren que llevaba a más de 600 migrantes desde el sur de México rumbo a Estados Unidos. 

La imagen se aprecia en una hoja gigante hecha por una niña que dibujó la travesía de cientos de familias que partieron de otros países con destino a Tijuana; lo hizo en un taller de pintura que improvisaron al aire libre el fotógrafo Pablo Allison y el muralista Alfredo Libre Gutiérrez —uno nacido en Manchester y el otro tijuanense—, quienes iniciaron la actividad con los hijos de migrantes centroamericanos en el patio de unas oficinas del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), en Irapuato, durante una de las paradas de camino a la frontera.

En esa ocasión, servidores públicos que se habían solidarizado con los activistas y organizadores de la caravana prometieron un par de actividades para los hijos de migrantes, pero no cumplieron.

Con los menores entusiasmados, los dos artistas decidieron improvisar. Reunieron dinero para comprar material e hicieron lo que mejor saben hacer: crear. Compraron colores, lápices, hojas y pidieron a los niños dibujar lo que quisieran, dice el profesor Alfredo Libre.

Libre, como firma sus murales, asegura que a diferencia de otros cursos donde él elige los temas, optó por que en esta ocasión los pequeños lo hicieran.

Los menores intentaban salvar su vida para escapar de la violencia que su edad aún no les da para entender, sólo algunos sabían que sus padres buscarían refugio.

“Ahí están todos en ese dibujo, un tren… las familias y hasta los activistas. Es impresionante cómo el arte saca todo lo que tenemos dentro, pero en el caso de los niños es brutal la honestidad con que se expresan”, dice el muralista.

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