Chilpancingo.— La mañana del domingo 10 de mayo de 2015, Rosa Cuevas vio cómo sus tres hijos Víctor, Manuel y Juan subieron a la camioneta a una becerra para llevarla a vender al tianguis de Chilapa. Con la venta tenían pensado comprarle un regalo del Día de las Madres. De eso ya pasaron tres años, Rosa no ha recibido el presente y sus hijos no han vuelto. 

Aquel día los tres salieron de su comunidad, Ahuihuiyuco, rumbo a Chilapa. No llegaron al tianguis. Hombres armados, que habían tomado la ciudad un día antes, los retuvieron en un retén improvisado que instalaron en la salida a Chilpancingo.  Ese es el último rastro que tiene la familia de ellos. A tres años de su desaparición ya nadie los busca.

Bernardo Carreto González, padre de los desaparecidos, fue asesinado el 22 de diciembre de 2015, Rosa Cuevas y los suyos sólo esperaron velarlo y enterrarlo para abandonar el pueblo y huir de la violencia. Sólo tenían dos caminos posibles: quedarse y morir como los otros integrantes de la familia Carreto González o salir y sobrevivir. Optaron por lo segundo.

Bernardo era hermano del ex secretario de Seguridad Pública de Chilapa, Silvestre Carreto González, destituido del cargo en julio de 2014 por el Grupo Coordinación Guerrero (GCG) por considerarlo “poco confiable”. Según integrantes de la organización "Siempre Vivos", Bernardo recibió amenazas vía telefónica donde le decían que le entregaban a sus tres hijos a cambio de que hiciera lo mismo con uno de los pobladores de Ahuihuiyuco. Las personas que le llamaban nunca le pudieron dar alguna prueba de que sus hijos estaban con vida. Pese a la cacería en contra de su familia, Bernardo continuó viviendo en su pueblo para finalmente ser asesinado.

La casa de los Carrero Cuevas desde enero de 2016 está abandonada. Las tres camionetas del servicio público que trabajaba Bernardo Carreto están paradas, llenas de polvo. Una de ellas tiene la marca que dejó la bala que provocó que se volcara en una barranca y quedara a merced de sus asesinos. Eso es en el patio, en la casa todo está tirado, nada está en orden. Los muebles, como el refrigerador, ya no están. El maíz que cosechó está regado por la sala. Lo único que se encuentra en orden son las fotos: una de Bernardo y su esposa de jóvenes y otras más de las graduaciones de sus hijos.

Pero esa casa se fue vaciando desde antes, poco a poco, primero sin sus hijos. El 10 de mayo de 2015, Víctor, Juan y Manuel salieron a vender una becerra y no regresaron. La última vez que fueron vistos, según su padre, fue en un retén que instalaron los civiles armados que en esos días tomaron la ciudad.

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