Coahuila.— Epifanio Sosa, de 57 años, está seguro de que tiene nueve hijos con ocho mujeres; sin embargo, este Día del Padre lo pasará solo en su rancho. No hay quien lo festeje, no sabe nada de la mayoría de ellos.

El campesino lagunero se considera “muy fértil” porque su hijo más pequeño tiene cinco años. Recuerda que desde joven anduvo de “picaflor”; era un hombre fuerte, al que las mujeres —dice— le coqueteaban hasta lograr seducirlo.

Don Epifanio, de piel morena y complexión regular, mide 1.70 metros. Recuerda que de joven se sabía atractivo; ahora el cabello se le pintó de gris. Cualquier lugar, hasta un rincón de la parcela, platica, fue bueno para un “encuentro casual” o recibir “la prueba de amor”.

Él mismo señala que en su juventud no había preservativos ni métodos de planificación familiar, por eso dejó “tantos hijos regados”.

Epifanio fue el número cinco de una familia de 10 hermanos; empezó a trabajar en la parcela a los seis años, prácticamente no tuvo infancia ni alguien que lo aconsejara.

Con mucho esfuerzo, dice, logró graduarse como licenciado en Ciencias Políticas y eso lo convirtió en un “buen partido”.

El sacerdote. En la plural historia del corazón de don Epifanio también hay desengaños. Una joven de nombre Lupita le arrancó la esperanza de creer en el amor, al engañarlo con el sacerdote del pueblo.

Lupita, recuerda, era “tan bonita” que incluso iba a pedirle que fuera su esposa, no obstante, un día descubrió a la muchacha con el cura.

Desde entonces, considera que se volvió desconfiado y no volvió a creer en el amor. Aún con recelos “porque uno es hombre y necesita cariño”, aceptó relacionarse con otras mujeres. El hombre asegura que las jóvenes le decían que lo querían y deseaban tener un hijo suyo. “Yo nunca las engañé”.

El campesino aclara que ninguna de las madres de sus hijos lo buscó para exigirle pensión alimenticia, sólo algunas le avisaron o él se enteró que habían tenido un bebé.

Hace unos años el lagunero se casó y tuvo dos hijas, pero el matrimonio no funcionó y decidió divorciarse. A las dos pequeñas las mantiene, las ve y las lleva a la escuela; lo que no pudo hacer por sus demás hijos, los otros siete.

Con los años encima, el “picaflor” el pide a los jóvenes “esperar a que encuentren el amor y casarse, porque la familia es la base de la sociedad y eso es algo que deberíamos entender”.

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