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“¡Ay! ¡Un hueso!”, gritó uno de los nueve hombres, entre deportados e indigentes que excavaban en un terreno enclavado en la zona norte de Tijuana, a unos 20 metros del muro que divide la ciudad de Estados Unidos, en una de las colonias más peligrosas.

Ahí, en el predio de un hotel viejo y abandonado, cubierto por la pintura de una Virgen de Guadalupe y el mensaje de “Jesús es la salvación”, Carmen Judith encontró los restos de quien piensa es su hijo desaparecido en noviembre de 2012.

Durante casi cinco años, desde que lo levantaron, ella encabezó operativos de búsqueda por su propia cuenta.

En ese tiempo buscó ayuda de la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) y de la Procuraduría General de la República (PGR), les dijo que su hijo estaba enterrado en el predio de un hotel a donde lo habían llevado la última vez que habló con él. No le creyeron.

“Mi hijo no es ningún perro, es mi hijo. Yo tengo que encontrarlo a costa de lo que sea”, asevera Judith, mientras le clava la mirada al terreno donde el viernes pasado fueron hallados restos humanos.

Fernando Humberto tenía 22 años cuando desapareció, de ese hecho ya casi ha pasado un lustro. El último día que Judith supo de su hijo recibió dos llamadas. Una fue para decirle que la quería y que alguien lo iba a hacer carnitas. En una segunda plática le dijo que no se preocupara, que no lo buscara porque todo estaba bien. No volvió a saber de él.

Su investigación la llevó a El Diablo y Karen, quienes le dieron información sobre la dirección donde presuntamente habían enterrado el cuerpo de su hijo, pero ellos también desaparecieron. A uno lo encontraron muerto en playas de Tijuana y de la joven nadie sabe nada.

Sin apoyo gubernamental y con pocos recursos, Judith buscó ayuda entre los comedores comunitarios y los albergues de la zona norte, para contratar personas que le ayudaran a excavar. Al menos unas 10 personas le dijeron que sí.

Un mes después, llegó al terreno con un grupo de nueve —entre deportados e indigentes— a quienes les pagaba con burritos y agua o sodas para excavar, también les daba un poco de dinero cuando podía.

Para el 24 de agosto, la fiscalía estatal se sumó a la búsqueda y cuando Judith les dijo exactamente dónde buscar, ocurrió lo que esperaba: encontraron el celular y un tenis de Fernando Humberto. Dos días después, el 26 de agosto, fue cuando Judith escuchó: “¡Hay un hueso!”, gritó un joven sonorense, que le ayudaba en la búsqueda.

De ahí sacaron un fémur, huesos largos y un cráneo. El comandante de la fiscalía acordonó el lugar, Judith perdió el control, salió del sitio y tomó aire, quiso regresar al terreno, pero ya no la dejaron entrar.

Luego del hallazgo, la procuraduría estatal se comprometió a sacar muestras de genética para confirmar si eran los restos de Fernando Humberto. Mientras, la Asociación Unidos por los Desaparecidos de Baja California ha solicitado el apoyo de PGR para agilizar el proceso.

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