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Dos años y 600 representaciones después, la puesta de La estética del crimen se prepara para cerrar las puertas hoy, por lo que la noche del viernes se develó una placa para conmemorar este éxito.

“Son sentimientos encontrados, ya está entrando un poquito de nostalgia de estar en el escenario con esta puesta, que fue disfrutable al 100%”, expresó Carlos Rangel, quien junto a Miguel Conde son los que permanecieron desde un inicio en el proyecto.

Originalmente esta obra estaba planeada para sólo 12 semanas, pero debido a la aceptación del público contabilizaron 93 semanas o 21 meses de temporada, por lo que han tenido que ir rotando a sus integrantes.

“Miguel y yo somos los que continuamos ininterrumpidamente, pero Mario Alberto Monroy y Omar Medina, que se fueron un rato a cubrir compromisos previos que tenían desde antes de La estética del crimen, regresaron de nuevo pero ahora alternando con José Luis Saldaña”.

Además de ellos cuatro, Carla Medina, Leslie Martínez, José Luis Saldaña, Ángel Enciso, Fernando Villa, Elsy Reyes, Ceci Ponce, Natalia Saltiel y Dalilah Polanco, serán los actores que cerrarán temporada hoy.

“Todo tiene un ciclo, así lo consideró la producción, no es nada oficial pero espero que sean sólo unas vacaciones y que en algún momento se pueda retomar, pero eso sólo lo decide la producción; en lo que respecta a mí estoy satisfecho de haber cumplido este ciclo y estoy abierto a lo que venga”, dijo Rangel.

Tanta empatía generó su personaje de Tony (el dueño de la estética) con el público, que de 600 funciones sólo ocho veces fue declarado culpable del asesinato en torno al cual se desarrolla la obra, incluso la directora Rina Rajlevsky movía la trama para inculparlo y tampoco lo lograban.

“Me decía la directora: ‘imposible, puede salir Tony arrastrando el cuerpo y la gente dirá: ‘mira, ¡qué lindo!’”, ríe el actor.

Es precisamente la posibilidad que tenía la gente de decidir cual de los personajes era el culpable lo que hacía más divertida esta obra, que por la misma dinámica, se necesitaba de improvisación.

“Mucha gente se sentaba en la butaca con la idea de ver una comedia, pero al darse cuenta que es interactiva y se abría al público la posibilidad de opinar o a declarar a alguien culpable, los motivaba. No recuerdo ninguna función en la que el espectador haya estado apático”.

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