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Luego de participar en una de Las Cruzadas, un caballero sueco regresa a casa sólo para percatarse que su pueblo ha sido azotado por la muerte, la peste y la miseria.

En ese momento el hombre reniega de Dios y quiere sacar esa idea que su entorno le ha metido en la psique desde pequeño, busca combatir eso que mató a su pueblo: la ignorancia.

Poco después, se encuentra cerca del mar a un hombre pálido, vestido de negro y con un semblante inexpresivo, este personaje le dice que es la muerte y ha llegado por él. Antonius Block, el caballero, le reta a una partida de ajedrez. ¿El premio si lo vence? Conservar su vida.

Antonious sabe que perderá la partida, pero lo más que puede hacer en ese momento es ganarle tiempo a la muerte haciendo un paralelismo con la vida, cuya duración siempre tiene fecha de expiración.

Esta es la premisa de una de las más importantes cintas de Ingmar Bergman, un hombre que a lo largo de su filmografía se cuestionó inquietudes que lo habían atormentado desde pequeño.

En pleno siglo XXI el ajedrez parece no ser un juego muy popular, hoy el futbol es el deporte que rige los corazones de millones en el mundo.

Hace unos días, los mexicanos se convirtieron en Antonius Block y la muerte era el equipo sueco, y así como en la película de Bergman, la Selección Mexicana buscó ganar tiempo, pero al final fue derrotada por la sueca. Por ello, en la mente de los mexicanos está presente que Suecia es algo así como un enemigo por haber eliminado a la selección del Mundial Rusia 2018.

Sin embargo, Suecia al igual que México, es mucho más que futbol y para muestra Ingmar Bergman, uno de los cineastas más importantes de todos los tiempos y que hoy celebra su centenario.

En su prolífica carrera, Bergman indagó en aquello que como ser humano le trastocaba y le causaba temor.

Así, en sus más de 70 filmes, el sueco hacía tratados sobre Dios, la disección entre donde empieza el bien y donde continúa el mal. Incluso fue a lo más profundo de las relaciones amorosas, de pareja o las familiares.

“Tengo mucho interés en contar, en hablar sobre la integridad de cada ser humano. Es una cosa extraña, cada ser humano tiene una especie de dignidad o integridad, y sobre eso se desarrollan relaciones con otros seres humanos, tensiones, malentendidos, ternura, ponerse en contacto, tocar y ser tocados, la separación de un contacto y lo que sucede entonces”, dijo en 1972.

Quizá gran parte de este interés provenía de la educación que recibió por parte de sus padres, una mujer dominante y un pastor protestante rígido y castrante.

“Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como el pecado, la confesión, el castigo, el perdón y la misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios”, expuso en sus memorias tituladas Linterna mágica.

Esto queda constatado en algunos de sus filmes más representativos como El séptimo sello, Cara a cara, Gritos y susurros, Fresas salvajes o Sonata de otoño.

Sin la presencia de Bergman y su obra, algunos de los más prolíficos directores de cine como David Lynch, Steven Spielberg, Lars Von Trier, Stanley Kubrick o Francis Ford Coppola no harían películas. Todos ellos en algún punto dijeron tener de referencia a Bergman.

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