El presidente reunió a su gabinete para representar, ante la televisión nacional, el décimo pronunciamiento del mes.

—No está sucediendo nada especial —dijo, con unas cuantas palabras más. —Quería saludarlos, solo para decirles que todo está en su cauce.

Y cedió la palabra a otro funcionario. El Obrero del Reloj de Oro Rolex, de pie ante el podio, dijo:

—Lo único que puedo decirles, es que desde tiempos inmemoriales, los obreros quieren más dinerito —Sonrió. Y de inmediato se corrigió: —Queremos más dinerito.

Luego habló el Negociador Nacional, que dijo:

—Tenemos todo controlado, amigos. Compermiso.

Y se retiró aprisa para llegar a tiempo a su reunión secreta y urgente con un cardiólogo.

Tocó el turno al Intelectual Nacional.

—Hagamos una cruzada cultural en los EUA —dijo. —Conferencias, obras de teatro, bailables, exposiciones de jarritos aztecas y chichimecas. Mostremos con orgullo que no somos todos meseros y pizcadores de fresas. Y algo más. Algo radical. Que la gente marche por nuestras avenidas patrias. O más radical: que incluso nosotros marchemos con ellos.

Por fin habló el Hombre Más Rico del País, que dijo:

—Ya, tranquilos. Trump no es el terminator, es el negotiator. Hagan de cuenta que soy yo, pero en inglés.

En tanto, en su junta con el cardiólogo, el Negociador Nacional, sentado en una camilla con el torso desnudo, en calzones bóxer y los pies descalzos volando en el aire, le preguntaba al médico:

—¿De verdad estoy muy mal?

El médico se sacó las gomas del estetoscopio de las orejas y le dijo la verdad:

—Al contrario, estás muy bien. Puedes resistir tu viaje a Washington la próxima semana.

—Mierda —musitó el Negociador Nacional.

Esa noche, la cabeza tapada por las sábanas, el Negociador Nacional soñó que se le aparecía El Chapo, el temible y audaz bandolero de la droga, y ponía sobre el fieltro de una mesa de poker 10 fichas verdes.

Una ficha estaba rotulada así: Legalización de la marihuana.

Otra ficha, así: Fin de la guerra contra el narco.

Otra: Expropiación de las plantas armadoras de automóviles norteamericanos y su cesión a Toyota, Honda y Nissan.

A la mañana siguiente, en la oficina presidencial, cuando el negociador nacional tomó asiento ante el presidente, se lo dijo:

—La verdad, no tenemos fichas contra el Terminator, Enrique. Solo ficciones. Metáforas. Aire pintado de colores. Dios nos ha legado solo eso, ficciones.

—¿Ni una ficha pesada y real, Luis? —preguntó el presidente, la voz adelgazada por el miedo.

—Bueno, sí tenemos diez fichas tremendas —dijo el negociador nacional—, pero…

Lo pensó arduamente antes de confesarlo en voz baja:

—Pero se me olvidaron cuáles son.

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