Es probable que la vida política y ciudadana para la capital del país haya empezado a cambiar cuando, esa mañana de septiembre de 1988, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez entraron al Senado como primeros senadores de oposición real en más de 170 años de vida del entonces Distrito Federal.

O quizá todo haya iniciado con las confrontaciones ideológicas entre Miguel de la Madrid y Porfirio Muñoz Ledo en las aulas que compartieron de la Facultad de Derecho en la UNAM, en los remotos años 50. Su confrontación se reeditaría 35 años después, en agosto de 1986, con la creación de la Corriente Democrática que fracturó al entonces monolítico PRI.

De la Madrid era a la sazón presidente de la República —el anuncio lo sorprendió en gira por Washington—, y el segundo acumulaba meses de cabildeos con Cuauhtémoc Cárdenas, la citada Ifigenia Martínez, Rodolfo González Guevara…, coloquios a los que a veces lograba colarse un casi novicio político tabasqueño de nombre Andrés Manuel López Obrador.

Con 83 años a cuestas, un actor recurrente de esos capítulos ligados de muchas maneras recorrió por meses aquellos mismos pasillos de la casona de Xicoténcatl que albergó a la Cámara Alta, y esta semana acudió a votar la aprobación de la primera Constitución para la Ciudad de México en 191 años de vida. Un documento cuyo proyecto original él mismo coordinó.

Ese actor es Porfirio Muñoz Ledo Lazo de la Vega, acaso el único mexicano que ha presidido dos partidos históricos —PRI y PRD—, presidenciable en los 70, secretario de Estado en dos ocasiones, ideólogo detrás de personajes en alto contraste —Luis Echeverría, Cuauhtémoc Cárdenas, López Obrador— y por ello, puente entre generaciones y entre modelos de país. También, controvertido, vilipendiado, polémico. Pero aun ahora, cuando la edad traiciona ya su cuerpo, imparable, casi imposible de controvertir.

Puede haber quien dibuje una pugna feroz, histórica, entre De la Madrid y Muñoz Ledo, o de éste con Manuel Camacho Solís —que combatió ferozmente desde el PRI a la Corriente Democrática—, e incluso con Cárdenas. Pero Porfirio frecuentó al ex presidente hasta la muerte de éste, en 2012. Pocos saben que coincidió con Cárdenas en un jardín de niños —el “Brígida Alfaro”, en la Del Valle—, pero que en esas semanas claves del 86 no eran amigos y que su cercanía fue enhebrada por González Guevara —muerto en 2003— desde la embajada de Madrid. O que Camacho Solís —fallecido en 2015— fue esencial para sembrar la reforma política que en 1997 permitió elegir por vez primera al jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, en la persona de Cárdenas Solórzano. La historia es un azar caprichoso.

La elaboración de la primera Constitución de la capital del país no mereció muchas primeras planas de los diarios ni espacios relevantes en los noticieros de radio y televisión. Pero contó con múltiples padres fundadores. Y aporta ya avances que irán despertando un tsunami en la vida política y jurídica del país.

Entre los primeros además de Muñoz Ledo, habría que citar por su aportación sustantiva a Olga Sánchez Cordero, ministra retirada; Ana Laura Magaloni, Clara Jusidman y Alejandro Encinas —presidente de la mesa directiva que al final de los trabajos logró un aplauso de pie—, todos ellos propuestos por el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera.

También, Augusto Gómez Villanueva, de 87 años, priísta de la muy vieja guardia, propuesto por el presidente Enrique Peña Nieto; los perredistas Jesús Ortega y Armando Ríos Piter; los panistas Gabriela Cuevas y Santiago Creel, coordinador éste de una fracción dividida ante múltiples temas. Y Mardonio Carballo, de Morena, de origen indígena, coordinador de la comisión sobre etnias en la Ciudad. Él sacó adelante una iniciativa clave que integró por primera vez en una Constitución, la carta de los derechos de los pueblos originales de la ONU. Pero una vez consumado tal logro, renunció a su cargo denunciando un acoso racista y discriminatorio operado por sus correligionarias Patricia Ruiz Anchondo y Consuelo Sánchez.

Entre los temas que provocan desde ahora oleajes se cuentan la revocación de mandato por consulta popular; la transformación del Poder Judicial local, quitándole el control del Consejo de la Judicatura para ponerlo en manos ciudadanas; una Procuraduría o fiscal autónomos; una amplia Carta de Derechos cívicos; la “muerte digna” —en los hechos, eutanasia—, y el matrimonio igualitario, que votó incluso la mayoría de los panistas “porque muchos de nuestros compañeros están en esta condición”, diría Teresa Gómez Mont —son homosexuales, quiso decir.

Desde el 15 de septiembre al 31 de enero, en atropellada numeralia: Una Constitución con 76 artículos y 39 transitorios; ocho comisiones que trabajaron en condiciones adversas; 237 horas de plenarias, una de ellas de 137 horas; 554 iniciativas de diputados y 978 de ciudadanos discutidas; más de mil 300 oradores en tribuna. Cierre de labores a tiempo. Algo por fin para sentirse y hacernos sentir satisfechos. En buena hora.

rockroberto@gmail.com

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