En julio pasado, en la víspera de su cumpleaños, Alejandra Barrales recibió un regalo singular, quizá una manzana envenenada: la dirigencia nacional de un partido que parece desmoronarse en el aprecio público, derrotado en dos elecciones sucesivas en la Ciudad de México, hasta ahora su principal enclave social y político.

A poco de ocupar el cargo, Barrales (DF, 1967) se enteró de reportes internos que dibujaban un panorama ominoso: la mitad de la militancia del Partido de la Revolución Democrática cree que la sobrevivencia futura depende de apoyar al PAN en 2018… y la otra mitad está dispuesta a sumarse a Morena, de Andrés Manuel López Obrador.

Ahí comenzó la larga marcha personal de esta mujer que sabe remontar crisis y comenzar las cosas nuevamente. Ha sido senadora, dos veces secretaria en gabinetes locales; tres, legisladora en la Asamblea de la capital, la cual dirigió (2009-2012), lo mismo que a su partido en el DF.

No es un mal registro para esta hija de un matrimonio campesino de origen michoacano-mexiquense, migrado a la metrópoli en los años 60. Para una joven que a los 18 años, llevando bajo el brazo un certificado que la acreditaba como profesional técnico por el Conalep, se hizo sobrecargo de Aeroméxico, cuyo gremio dirigió dos veces —en total, seis años—, la primera a los 23 de edad. Que terminó con un matrimonio de 18 años y pospuso al menos una década la maternidad biológica, hasta 2015, cuando se acercaba a la quinta década de vida. Portaba ya en las alforjas una licenciatura en Derecho y un posgrado en Administración Pública.

Su travesía por el espinado y azaroso camino perredista se ha caracterizado por la apuesta de tener cercanía con todos los grupos, pero no pertenencia. Así ha forjado acuerdos que se agotan apenas cumplido el objetivo; ora con López Obrador y René Bejarano, para ser asambleísta por vez primera; ora con Lázaro Cárdenas, en Michoacán, para incursionar en tierra paterna, un episodio que la decepcionó.

Con Ebrard logró su consolidación: fue secretaria de Turismo, presidenta de la Asamblea, dirigente del partido en la capital, senadora. En la Cámara incluso se acercó a Los Chuchos, que le dieron cobijo ante una embestida dictada desde el Palacio de Gobierno de la Ciudad e instrumentada por su sucesor en la Asamblea, Manuel Granados, leal operador del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera.

Jesús Ortega, ex presidente del PRD y cabeza precisamente de Los Chuchos, exhibe desaliento en charlas privadas, donde muestra datos que revelan que Mancera, el principal precandidato del perredismo a la Presidencia de la República, figura en sucesivas encuestas con una intención del voto debajo de 20%, menor al “piso” tradicional del partido.

Barrales y Mancera lucen hasta ahora aliados en un proyecto que supone la última llamada para la sobrevivencia del PRD como opción real de poder. Se asume que ello responde a un pacto: él será aspirante presidencial; ella, candidata para sucederlo en la capital del país.

Pero es probable que por las mañanas ella cruce los dedos para que ni Mancera, ni nadie, le aseguren que será candidata en la Ciudad de México. Ha experimentado en carne propia que si a las palabras se las lleva el viento, las promesas políticas empiezan a agonizar en el momento mismo de ser expresadas. Y la historia reciente no la deja olvidarlo.

Ya empezaban las posadas en diciembre de 2011 cuando el entonces jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, instó a Barrales a prepararse porque sería la candidata a sucederlo y segura ganadora. Ella ha confiado a sus cercanos que quizá Manuel Camacho se haya opuesto, pero el hecho es que en enero siguiente el postulado fue Miguel Ángel Mancera, el hombre con el que Alejandra sostuvo una relación sentimental por tres años, que cancelaron de mutuo acuerdo sin que ninguno haya vuelto a abordar el tema en sus conversaciones, según han confiado ambos a amigos cercanos.

Por todo ello, y tras 25 años de vida pública, Barrales construye ahora su circunstancia cada día: multiplica encuentros, rescata una alianza con Movimiento Ciudadano, que estaba rota desde 2012; concilia con las múltiples cofradías perredistas. Pero se da tiempo para atender de inmediato un teléfono especial, del que nunca se separa, porque es el que la conecta con Karina, la leal, imprescindible asistente que en jornadas que siempre se alargan, cuida en casa a una bebé llamada Máxima.

APUNTES: El desastre financiero que recibirán gobernadores electos de diversos estados está imponiendo consensos novedosos entre distintas expresiones políticas. Un ejemplo se vivió el miércoles en San Lázaro, con el mandatario entrante de Oaxaca —cuya deuda pública creció 300% en seis años—, el priísta Alejandro Murat, negociando su presupuesto 2017 con el líder de la fracción del PRD y presidente de la Junta de Coordinación Política, Francisco Martínez Neri, de origen oaxaqueño.

rockroberto@gmail.com

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