Se cumplió una profecía largamente anunciada: el ingenioso don Raúl Cervantes llegó por fin a la Procuraduría General de la República. ¿Hace cuánto se tomó esta decisión? Es probable que desde que murió su candidatura como ministro de la Corte.

Tratándose de temas jurídicos en pocas personas tiene Enrique Peña Nieto más confianza que en el nuevo procurador. La admiración es genuina porque le ha dado resultados desde hace tiempo.

No lo nombró para joder a México sino para que le resuelva temas serios que están en el tintero. Confía en su eficacia política pero sobre todo en su talento como abogado.

Tres son los asuntos que ocuparán las próximas horas del nuevo funcionario: Ayotzinapa, Javier Duarte y la nueva fiscalía general.

Para lo primero Raúl Cervantes no es la mejor opción. Como senador apenas si se ha pronunciado sobre la investigación y sus resultados. Por ello, de todos los expedientes que encontrará en el escritorio este será el que más dolores de cabeza va a entregarle.

Sobre el segundo asunto tiene frente a sí unas manecillas de reloj con forma de hacha. Si no logra dar con el gobernador fugado y no procesa a su larga serie de cómplices –varios de ellos todavía protegidos por el fuero federal– el capital político de Cervantes se gastará pronto.

Sin embargo, de los tres, el último es el expediente más delicado, sobre todo porque puede convertirse en su mayor éxito o su peor fracaso.

La reforma constitucional que dio origen a la nueva fiscalía general, concebida como una agencia autónoma del Poder Ejecutivo, no cuenta aún con una ley orgánica para su nacimiento material.

Raúl Cervantes –jurista bien dotado– habrá de redactar la iniciativa pendiente en un plazo breve. No le será tarea sencilla definir la transición desde el estado actual de la procuraduría –bastante desastroso– hacia una nueva instancia en la que están fincadas expectativas importantes.

Los dilemas a resolver integran una lista larga:

¿Debe partirse desde cero o habría de construir sobre lo que ya existe? ¿Debe depender la fiscalía anticorrupción del nuevo fiscal? ¿Se dará independencia a los servicios periciales? ¿Cómo rescatar la Agencia de Investigación Criminal? ¿Será la visitaduría un órgano eficaz para hacerle contrapeso al fiscal y su aparato? ¿Cómo darle reputación a un Ministerio Público que hoy no tiene ninguna? ¿De qué manera asegurar que la futura fiscalía general esté a la altura del proceso penal acusatorio?

Tarea ingente, sin duda, la que le espera a don Raúl. Podrá este jurista contar con apoyo y legitimidad de los muchos actores interesados en que la nueva fiscalía nazca bien. Sin embargo, la confianza sobre él pasa por una condición esencial: no joder a la institución naciente imaginándola como un traje a la medida del ingenioso don Raúl Cervantes.

ZOOM: Es incompatible diseñar la casa teniendo como único objetivo habitarla después. Si Cervantes llegó para deshacer el entuerto, bien; si está ahí para transcender el sexenio y ser el fiscal del próximo presidente, eso sí que jodería a México.

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