Más allá de las filas y las fobias personales, políticas o ideológicas que pudiera haber detrás, deberíamos preguntarnos qué tan grave es el presunto plagio académico atribuido al presidente Enrique Peña Nieto por Carmen Aristegui.

Según el reportaje que la periodista presentó el domingo pasado en su página de internet, el jefe del Ejecutivo plagió por lo menos a diez autores en la tesis El presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón, que sustentó en la Universidad Panamericana para obtener el grado de licenciado en Derecho.

Confrontando párrafos de la tesis con los de obras de los autores referidos, Aristegui afirmó que al menos 197 de los 682 párrafos que conforman el texto (28.8 por ciento), fueron copiados por Peña Nieto, sin explicitar títulos y autores en el aparato crítico del trabajo.

La Presidencia respondió que fueron errores de estilo, como no entrecomillar a autores que citó en la bibliografía, y que el Presidente se apegó a los requisitos de titulación de la Universidad Panamericana.

Ésta declaró que revisará la tesis y será, finalmente, con su prestigio de por medio, la que determine si hubo plagio y si debe o no retirar el grado académico que otorgó. La universidad del Opus Dei aseguró contar con los protocolos para hacerlo, aunque no los precisó. Ojalá disponga de lo que la mayoría de las universidades del país dicen no tener.

Por lo demás, son contados los casos en que nuestras instituciones de educación superior han impuesto sanciones por plagio académico. De acuerdo con el ensayo Plagio de tesis y Universidad del maestro Sergio J. Castro Becerra (http://bit.ly/2bfZKX6 ), sólo hay un antecedente en la UNAM: el del doctor Boris Berenzon Gorn (2013), quien finalmente fue dado de baja de la Universidad, sin que se le retirara el grado.

A quien sí se le revocó el de doctor en Ciencias Sociales, pero en el Colegio de México, fue a Christian Núñez Arancibia (2004), aunque la institución, al hacerlo, no usó el termino plagio, sino los conceptos de incumplimiento de la exigencia de originalidad y del carácter de material inédito, de acuerdo con un artículo publicado por Roberto Brena en la revista Nexos el 13 de julio de 2015.

De manera que en las universidades faltan reglas e instancias para evitar y sancionar el plagio, ausencia de rigor que también muestran algunos asesores de tesis. El de Peña Nieto fue el actual magistrado local Alfonso Guerrero, quien, según informa Esteban Illades en otro artículo de Nexos, ha dirigido 193 tesis y participado como sinodal en 367 exámenes profesionales. El profesor de historia del CIDE, Pablo Mijangos considera que para dirigir bien 193 tesis y leer con atención 367 más, se necesitaría una vida entera. El magistrado Guerrero, a diferencia de Mijangos, no es profesor de tiempo completo. ¿Cómo le hará entonces? Quizás haga uso, como en universidades de otros países, de sitios como turnitin.com, que realiza la compulsa de textos para que el sistema determine la probabilidad de plagio.

Si a lo anterior agregamos los pocos ejemplares que se editan de una tesis profesional y que se quedan en las bibliotecas de las universidades que entregan el grado, estamos frente a circunstancias en las que difícilmente se detectaría un plagio.

Bajo el cobijo de esa impunidad, la práctica se ha vuelto común en licenciaturas y en posgrados. Es el caminito a seguir para culminar una meta prestigiosa pero que, sin duda, es muy difícil alcanzar. Baste ver este dato de la OCDE levantado en 2013: sólo 17 por ciento de los mexicanos estudia una carrera y, de ellos, sólo 38 por ciento se titula. Otro más: de los 112 millones que somos, poco menos de un millón han estudiado un posgrado.

Plagiar es copiar en lo sustancial obras ajenas, presentándolas como propias. Se trata, entonces, de un robo, de una trampa. El que plagia roba propiedad intelectual, engaña y daña los esfuerzos académicos y educativos de un país.

No sé si Peña Nieto plagió en su tesis con plena conciencia o fue, como dice la Presidencia, una falta de rigor estilístico. No sé si en ese momento él deseaba o sabía que iba a ser Presidente. Debería saber, eso sí, que todos nuestros actos tienen una consecuencia. Pero esa dimensión ética es cada vez más escasa en un país de cínicos que recurrentemente argumenta que el que no transa no avanza o que es un hipócrita el que diga que nunca copió en la escuela.

¿Quién le asegura a usted que quien hizo trampa una vez no la volverá a hacer? Porque quien engaña una vez engaña dos veces. Tal es el escenario de desconfianza donde queda el Presidente, más allá de las consideraciones de que es víctima de un periodismo surgido de los rencores y fobias de quien lo produce.

rrodriguezangular@hotmail.com

@RaulRodriguezC

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses