El proceso electoral de Estados Unidos no es un buen modelo para las democracias; el de este año mucho menos. La campañas para presidente en ese país son demasiado largas (por lo menos año y medio), demasiado intensas (es el único tema que cubren sus medios durante este periodo), demasiado caras (el monto de recursos que se necesita para competir es una fuente corruptora de la democracia y del proceso de toma de decisiones del gobierno), desincentivadoras para la participación de muchos buenos candidatos (el formato hace casi imposible que se presenten profesionistas de primera), entretenedoras (con públicos televidentes crecientes) y polarizadas (con primarias que dificultan que candidatos sensatos puedan llegar a la elección general).

Cambiar el sistema no es viable: implicaría reformas a la Constitución de Estados Unidos que no tienen precedente en la historia y para las que no hay ánimo. A pesar de todo esto, el complicado sistema ha funcionado y logrado la transición pacífica y democrática de 44 presidentes. No obstante, esto no lo hace recomendable para otros países; es un sistema con demasiados vicios y que responde a una historia ajena al resto.

El proceso en 2016 ha sido incluso peor y ocasionó una rebaja y violación de normas de comportamiento que no se habían visto antes. No sólo por los aspectos negativos ni las divisiones que profundiza, sino por las constantes llamadas de Donald Trump a calificar la elección como fraudulenta, cuestionar el proceso y poner en duda sus resultados. Esta actitud antidemocrática es mucho más común en países con pocas credenciales democráticas e instituciones débiles. El fenómeno en Estados Unidos es particularmente preocupante por el impacto negativo de elegir a alguien como Trump allí y en el resto del mundo. Muchos se preguntan cómo es posible que en una sociedad con tan larga tradición democrática un candidato así haya llegado tan lejos. No hay una explicación ni causa única, sino una constelación de factores que se cocinan desde hace tiempo:

1. La polarización del sistema político. Ésta es la principal causa y resulta directamente proporcional a la redistritación electoral en cada estado que favorece a los diputados en funciones y crea distritos seguros. Tal redistritación consigue que la elección importante para diputados sea la primaria y que, por lo tanto, ganen candidatos cada vez más extremistas, demócratas y republicanos, lo que polariza a la Cámara de Diputados e impide llegar a acuerdos entre ellos. Las cadenas televisivas por cable y lo programas por radio han profundizado la polarización. Solucionarla tomará mucho tiempo: en California ya se dio el primer paso al transferir la facultad de redistritración de la asamblea estatal a un consejo ciudadano.

2. El sentimiento de los blancos, sobre todo hombres mayores, de que se van a volver minoría o van a dejar de ser mayoría. El cambio de la composición demográfica es un shock cultural de grandes proporciones que tiene consecuencias políticas que ahora afloran; en parte alimentadas por las dos elecciones anteriores a favor de Barack Obama.

3. El costo de la crisis económico financiera que empezó en 2008-09. A toda crisis económico financiera de gran calado corresponde un programa de rescate y a éste un populista o más. En México, a la crisis del tequila correspondió Fobaproa y a Fobaproa, Andrés Manuel López Obrador. En Estados Unidos a Lehman Brothers, el programa TARP y a TARP, Trump y Sanders. Esta crisis ha sido especialmente dura tanto por la lentitud de la recuperación (la más débil de los últimos 100 años a excepción de la de 1929-37) como por el muy alto costo y transferencia de recursos de la sociedad en general a Wall Street. La crisis y su costo son la principal razón del malestar económico, no obstante, es mucho más fácil echar la culpa a lo extranjero (México, China, inmigrantes) o a lo que no se puede controlar (tecnología) que asumir la verdad y aceptar al capitalismo de compinches entre Nueva York y Washington como causa.

4. El envejecimiento de la población. La crisis, de por sí muy grave y profunda, lo es más al coincidir con el principio del fin de la participación laboral de los baby boomers.

5. La percepción, correcta, de que el gobierno de Estados Unidos no funciona: ver polarización arriba.

6. El temor y la incertidumbre en el ámbito económico y de seguridad y terrorismo exacerbados por la percepción de que el gobierno no funciona. Esto deriva en un clamor por un hombre fuerte y que consiga resultados.

7. La habilidad mediática de Donald Trump y la complicidad de los medios al cubrir todos sus eventos y darle mucho más tiempo aire que al resto. Esta cobertura asimétrica sería ilegal en muchos países, incluido México.

8. La inhabilidad del partido Republicano y sus candidatos en la primaria de enfrentar a Trump exitosamente.

Después de la derrota de Mitt Romney el partido Republicano concluyó que para la próxima elección en 2016 era prioritario lograr un mejor resultado con afroamericanos, latinos y mujeres. La candidatura de Trump los aleja de este objetivo y abre la posibilidad de que el partido se divida después de la elección.

Al día de hoy lo más probable es que Hillary Clinton gane la Casa Blanca, los republicanos retengan la Cámara de Diputados, mientras que el Senado podría cambiar a favor de los demócratas. Tanto republicanos como Clinton van a tener que tomar decisiones para recomponer el ambiente político y de gobierno en Washington.

Quizá el beneficio inesperado de la elección fuere que el liderazgo de ambos partidos reconozca que la polarización no es una buena plataforma para un gobierno funcional y representativo. La señora Clinton puede optar, sobre todo si cuenta con mayoría en el Senado y avanza en Diputados, por tratar de gobernar con una agenda partidista y evitar dialogar y lograr compromisos con los Republicanos. No obstante, los dos primeros años de Obama muestran que esta estrategia conlleva riesgos y que no será fácil para ella conseguir los votos necesarios, aún en su propio partido, para lograr éxitos significativos, amén de la oposición que ejercerían los republicanos en ambas cámaras. Una alternativa más interesante sería seguir el ejemplo de la primera administración Clinton (y de la propia Hillary durante su paso por el Senado) y buscar la posibilidad de colaborar, con Republicanos y Demócratas moderados (blue dogs) en ciertas iniciativas clave que históricamente han sido aprobadas con votos bipartidistas.

El comercio internacional es uno de esos temas. La primera gran prueba para la presidenta electa, si gana, será su posicionamiento ante el esfuerzo que hará el presidente Obama para aprobar el Acuerdo Transpacífico (TPP) durante noviembre y diciembre de este año. Esta aprobación sería la señal de que es posible considerar iniciativas con apoyo de ambos partidos y un rechazo a la polarización que permitió el crecimiento de un candidato tan nocivo y negativo como Trump.

@eledece

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses