Este es un México descompuesto, jodidamente roto.

¿Dónde cabe la normalidad de una emboscada que asesina a un alcalde de Guerrero?, ¿dónde cabe la normalidad de un grupo de personas que desenfunda pistolas para matar a un alcalde que no cumple sus promesas en San Juan Chamula?, ¿dónde cabe la normalidad de miles de desaparecidos?, ¿de miles de muertos?, ¿de grupos criminales que amenazan con desmembrados en la calle?, ¿en dónde es visto normal que tantos gobernadores, al mismo tiempo, de diversos partidos, sean acusados de corrupción?, insisto, por dónde se vea, somos un país jodidamente roto.

¡Con razón estamos enojados!, parece que se nos juntaron todos los males: inseguridad, violencia, corrupción, ineptitud gubernamental, desconfianza, pobreza, vivales, víctimas, vivales que se venden como víctimas, verdugos y suicidas… Somos la tierra de los estropicios de a diario, del tropezón que no se levanta porque, en mucho, traemos la esperanza envuelta en el cochambre cotidiano.

Pero la desesperanza se transforma en rabia, en una mecha corta que explota en una bomba, en muchas bombas… Lo de San Juan Chamula es una advertencia más, nada justifica la barbarie de la turba, pero sí se explica ante la desesperación de una promesa incumplida más, la parte más radical de la masa lanza una amenaza funesta: “hay de aquel que me prometa y no me cumpla, porque se muere… y sí, se mueren”.

Lo mismo en Michoacán, dónde “el pueblo bueno” secuestra vehículos para la causa; se robaron coches nuevos de Toyota, tienen al menos una pipa de Pemex en su poder y están dispuestos a seguir hasta que se cumplan las demandas: ¡Chamba para todos, sin presentar examen!, dicen los normalistas.

¿Para dónde jalamos?, ¿aplicamos la ley por primera vez o seguimos negociando ilícitos?, ¿usamos fuerza pública a riesgo de ser vistos como Díaz Ordaz o seguimos negociando ilícitos?, y es que, en el fondo, los ilícitos parecen legítimos para una parte importante de la población, que se convierte en votos, que se convierte en manipulación de la opinión pública.

Y es que, en el fondo, ante tanta injusticia, ante tanta desigualdad, los ilícitos parecen legítimos, parecen el mal menor.

Somos un país desbalagado. Urgen estadistas. ¿Los buscamos en el Aviso Oportuno?

DE COLOFÓN. Lo importante es lo que no dijo Caro Quintero, dijo ayer la periodista. La entrevista, una joya.

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