Las directrices de la política y la economía internacional han cambiado. México debe reconocer este hecho y adoptar una estrategia de desarrollo económico nacional altamente productivo y competitivo, que además genere progreso y armonía social.

Sólo así podremos insertarnos exitosamente en un mundo que ya ha negado lo que hasta hace un par de semanas era una certidumbre.

El choque sobre los paradigmas existentes llegó de Estados Unidos, la victoria de Donald Trump representa un enfrentamiento entre las élites norteamericanas, aquellas trasnacionales que construyeron el entramado de organismos multilaterales y apertura comercial irrestricta versus los intereses de grupos poderosos al interior de la primera potencia del mundo pero que no obtienen todos los beneficios de los intercambios comerciales y financieros del mundo globalizado.

Que dependen de su propio mercado interno de algunos vínculos internacionales.

El mecanismo que definió la victoria de Trump se encontró en los trabajadores de “cuello azul” y del entorno rural empobrecido, con menor nivel educativo, que consideran que América debe ser Grande otra Vez.

Junto con aquellos que quieren regular con mayor fuerza el flujo migratorio y negociar el intercambio comercial de manera bilateral, los desplazados por la globalización le dieron el triunfo a un empresario con negocios internacionales pero que no alcanza la dimensión de globalidad que sí tienen las grandes empresas trasnacionales.

En los próximos meses veremos cómo termina este proceso, con una ruptura o una negociación. Dicho proceso representa uno de los mayores desafíos para las instituciones norteamericanas, uno no visto en décadas.

Bajo dicho escenario México debe recordar que Estados Unidos “no tiene amigos, tiene intereses”, lo han demostrado repetidamente. Aquellos que se refugian en la fotografía de dos selecciones de fútbol abrazándose se equivocan al pensar que no pasará nada.

Afortunadamente los norteamericanos son transparentes en la orientación de su política. En su libro Diplomacia, Henry Kissinger escribió refiriéndose a su país: ninguna sociedad ha insistido con mayor firmeza en lo inadmisible de la intervención en los asuntos internos de otros Estados ni afirmado apasionadamente que sus propios valores tenían aplicación universal. Una clara evidencia de que siempre buscan influir, de forma decidida, en el mundo a través de su política exterior.

Además agregó ninguna nación ha sido más pragmática en la conducción cotidiana de su diplomacia, ni más ideológica en la búsqueda de sus convicciones morales históricas. Hay un trasfondo de principios que, ellos consideran, el mundo debe seguir.

Lo anterior no es el único ejemplo. Charles P. Kindleberger, uno de los economistas más influyentes durante y después de la reconstrucción de la economía de posguerra afirmó en su libro La crisis económica 1929-1932: el sistema económico y monetario internacional necesita en tales condiciones de un liderazgo, un país que esté preparado consciente o inconscientemente, bajo algún sistema de reglas que ha incorporado, a imponer pautas de conducta a otros países, y a buscar que otros le sigan. El mensaje es claro, una nación dominante que impone.

Tenemos un ejemplo aún más reciente, este viene del lado demócrata: el ex jefe de economistas del actual Vicepresidente de Estados Unidos. Jared Bernstein, junto con Lori Wallach, afirmó: debemos incluir normas de obligado cumplimiento en los textos fundamentales de nuestros acuerdos comerciales y promulgar legislación interna que desencadene la acción automática contra los manipuladores de divisas, en lugar de informes o el diálogo.

Hay claridad en el mensaje. Por ello no debe sorprender que Donald Trump haya planteado políticas restrictivas en su Contrato con el Votante Americano: siete acciones para proteger a los trabajadores americanos. No ha cambiado la filosofía, solo se modifica el mecanismo y la virulencia.

México debe preparar una estrategia que reconozca la relevancia de la globalización pero que también sea correspondiente con el nuevo contexto internacional, siempre teniendo al interés nacional como el objetivo central.

Ante los cambios, México debe asumir la conducción de su desarrollo económico. La Responsabilidad del Porvenir de nuestra nación es propia, no puede encontrarse en el exterior.

Debemos tener claro que en Estados Unidos hay una división, es momento que en México se genere la unión en torno a un proyecto de país que tenga al desarrollo productivo con bienestar e inclusión social como objetivo fundamental.

Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico.

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