Escribir: gesto de ciego. Un instante,

brusco, el libro, escrito, aparece.

Franc Ducros

Suele sospecharse que los lectores de Dante suelen ser escolares obligados a estudiarlo, sus profesores obligados a enseñarles los rudimentos para intentar entenderlo, eruditos ensimismados que en ocasiones perpetran volúmenes confusos que lo hacen oscuro, excéntricos pedantes, cazadores de curiosidades en busca de rarezas. Sin embargo, uno de los lectores de Dante fue Dante, que en una carta a Can Grande della Scala, que se ha considerado apócrifa, sostiene que el sentido de la Divina Comedia “no es único sino plural, es decir, tiene muchos sentidos; el primer significado arranca del texto literal, el segundo deriva de lo significado por el texto”. Como ciertos escritos, puede leerse de cuatro modos: en el sentido literal o histórico, como una alegoría, en el sentido moral y en el sentido anagógico. Borges creía que ese libro, “que seguimos leyendo y que nos sigue asombrando, que durará más allá de nuestra vida, mucho más allá de nuestras vigilias y que será enriquecido por cada generación de lectores” nos depara esencialmente el “intenso placer de la lectura”.

A mediados de los años 80 del siglo pasado apareció en Guadalajara un lector occitano de Dante. Fue invitado por el Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara para impartir un seminario que se convirtió en un libro: Prácticas poéticas contemporáneas. Italia y Francia, G. Ungaretti y A. Du Bouchet, publicado por la Universidad de Guadalajara; me refiero a Franc Ducros, que desde entonces se convirtió en una presencia familiar en Guadalajara, con algo de legendario. Se trata de un hombre afable y generoso, de maneras mediterráneas, con un sentido del humor amablemente inteligente, dispuesto a la amistad y un conversador prodigioso. En 1991, recuerda su traductora, Dulce María Zúñiga, que ha propiciado su presencia en Jalisco, el tema de sus conferencias fue “El pensamiento de la poesía en la práctica poética de Dante Alighieri”, que derivó en otro libro: Claves poéticas de la Divina Comedia, publicado por la Universidad de Guadalajara en 1993 y reeditado Ficticia en 2011.

Ese conferenciante lúcido, que convierte a Dante y Cavalcanti, Mallarmé y André du Bouchet, Ungaretti y Primo Levi en una fascinación cómplice, concibe asimismo una poesía rigurosa y singular que parece que no deja de crearse.

“Si tratamos el poema como un objeto”, sostiene en una de sus conferencias sobre Dante, “ya no podemos ver cómo adviene, cómo viene a su propia efectuación y llega a estar en el mundo para representar esta forma del universo. Ya no lo podemos ver porque ya no podríamos ver el trabajo poético mientras se hace. Yo diría que el poema es eso: una efectuación, un dar a luz”. Su poesía transcurre como esa inminencia, como la palabra que está a punto de ocurrir, como un destello del que acaso queda la sombra.

Un apunte, la dedicatoria de un libro, una palabra oída o escrita hace tiempo y de pronto entendida, en los poemas de Ducros, puede mantenernos junto a los muertos y va conformando el poema, dejando más que un rastro porque el poema puede manifestar asimismo el proceso de su creación.

La palabra apenas vislumbrada, que “surge, se despliega, se fractura, vuelve a lanzarse, se apaga o extingue con arreglo a flexiones que nunca se repiten”, que la conforman diversos ejercicios respiratorios, en la poesía de Franc Ducros no se reduce a un medio, sino que es la materia del poema.

“Estamos en la lengua”, ha escrito en Notas para la experiencia poética, “como, al respirar, estamos en el aire: aspirándola, restituyéndola. Tanto es así que la lengua es aquello mismo que la palabra produce. Por nuestra proferación lanzada hacia delante de nosotros mismos.

“Al tratarse de la palabra que será proferida una sola vez, pero entonces lo será por siempre, Dante llegó a decir que tal palabra, siempre adelante de sí misma, está en busca de una lengua que no es todavía —ni será jamás. Olor de una pantera que los cazadores no alcanzan”.

Entre los asistentes a sus seminarios y conferencias en Guadalajara, se han hallado Jorge Esquinca y Gabriel Magaña, que tradujo Abriéndose el árbol y Lo negro, eso, editados por Ediciones Sin Nombre, y la antología Aquí compartido, editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Otro poeta más que recomendable, Luis Vicente de Aguinaga, ha traducido Ici partagé, disparaissant con el nombre de Desapariciones —no lo tituló Aquí compartido para no confundirlo con la antología de Gabriel Magaña— y las Notas sobre la experiencia poética, los cuales acaba de publicar la editorial Bonobos en uno de los volúmenes que acostumbra y que incitan al “intenso placer de la lectura”.

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