Los diversos calendarios no coinciden en precisar si el día en que ocurrieron los hechos fue viernes y las cartografías no señalaban todavía el lugar, pero algunos teólogos se han atrevido a inferir que ese día allí también sobrevino “una oscuridad que duró desde la hora sexta hasta la hora nona” (Mateo 15.34) y que “tembló la tierra, se rajaron las rocas” (Mateo 27.51). Tres meses después, en ese paraje ignoto y deshabitado floreció el almendro.

Al margen de un manuscrito medieval, un monje del monasterio de Kells anotó que “después de la oscuridad creció el shamrock”, el trébol de tres hojas al que, se sabe, recurrió San Patricio para explicar el misterio de la Santísima Trinidad, y un catecismo apócrifo hallado en Yanhuitlán, en la Mixteca Alta, en Oaxaca, refiere que cuando se acabó la noche, creció la flor de Nochebuena y la cochinilla la pintó de rojo.

Sucesivos emperadores habían intentado determinar las fronteras del Imperio romano, que había crecido sin orden, como resultado de las guerras y sin atender los imperativos de la geografía. Una crónica de los montañeses de Vindelicia, que habían sido vencidos mucho antes en una batalla decisiva a orillas del lago Constanza, sostiene que “antes de la oscuridad ya germinaba el grano de mostaza”.

En Roma también ocurrió de pronto la noche, pero ningún adivino parece haberse atrevido a interpretar el significado de aquel suceso.

Un gato que dormía en Armenia maulló desgarradoramente cuando sobrevenía esa tiniebla repentina, se erizó temblando y permaneció petrificado con la mirada perdida. Había tenido una visión en el sueño: un hombre era traicionado para cumplir con la trama de Dios. En una provincia remota del Imperio romano, en Judea, los soldados del gobernador se habían llevado al Hijo del Hombre al Pretorio y le “entretejieron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le pusieron también un carrizo en la mano derecha; postrándose de rodillas ante Él, le hacían burla diciéndole: ‘Viva el rey de los judíos’. Luego le escupían y tomando el carrizo le pegaban con él en la cabeza” (Mateo 27. 29-30). Luego, en el lugar llamado Gólgota, que significa ‘Lugar de la Calavera’, lo crucificaron con dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. “Sobre toda la tierra vino una oscuridad que duró desde la hora sexta hasta la hora nona. Como a la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sabajtamí?’ Lo cual quiere decir: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’” Mateo 27.45-46).

Todavía se oyeron burlas y afrentas de algunos de los que allí estaban. “Y Jesús, gritando otra vez con voz fuerte, entregó su espíritu” (Mateo 27.50).

Su discípulo Judas Iscariote, se sabe, que lo había traicionado, al ver que lo habían condenado, “se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, diciéndoles: ‘Pequé entregándo una sangre inocente’. Pero ellos le contestaron: ‘¿Y a nosotros qué? Tú sabrás’. Luego arrojó aquel dinero en el Santuario; se fue y se ahorcó. Los sacerdotes recogieron aquellas monedas y dijeron: ‘No se las puede echar en el Tesoro porque es el precio de una sangre’. Pero después de consultar unos con otros, compraron con ellas el Campo del Alfarero, para enterrar allí a los extranjeros. Por eso ese campo se llama hoy Campo de Sangre. Así se cumplió aquella predicción del profeta Jeremías, que dice así: ‘Y tomaron las treinta monedas de plata, precio en que los hijos de Israel habían evaluado al que evaluaron, y las dieron por el Campo del Alfarero, según las órdenes que el Señor me había dado” (Mateo 27. 3-10).

Para no rasgar su túnica, que no tenía costuras, los soldados que lo habían crucificado se la jugaron a los dados, “para que se cumpliera aquel pasaje de la Escritura: ‘Se repartieron mis vestidos entre ellos, y sobre mi ropa echaron la suerte’” (San Juan 19.24).

Esas treinta monedas de plata y esos dados todavía persisten.

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