El ciberactivismo (acción política y/o participación social a través de la cual las personas hacen uso de la tecnología) y el hacktivismo (la utilización no violenta de herramientas digitales ilegales o legalmente ambiguas persiguiendo fines políticos) están moldeando, social y culturalmente, de manera dramática a esta generación; estos extremos de la llamada cibercultura están teniendo cada vez menos diferencias y más coincidencias, amén de un crecimiento sustancial en el número de adeptos.

No por nada han tenido tanto éxito series como Mr. Robot, en la que un grupo de hackers busca derribar al sistema a través de virus informáticos; tampoco es casualidad que la más reciente película de la saga de la Guerra de las Galaxias: Rouge One – A Star Wars Story se trate de derrotar a los enemigos robando y filtrando información de la mismísima Estrella de la Muerte.

Con herramientas informáticas y de programación cada vez más simples, redes sociales y teléfonos inteligentes asequibles, los ingredientes para el activismo digital se encuentran en una etapa de maduración suficiente como para que se formen células alrededor del mundo en tan poco tiempo que los objetivos a los que irían (y van) dirigidos los ataques apenas tendrían tiempo de pestañear. Lo irónico del asunto es que la gran mayoría de estas herramientas nacieron, o se fueron moldeando, con fines de denunciar de abusos por parte de empresas y gobiernos y, como ha pasado con la gran mayoría de fenómenos contraculturales, gobiernos y empresas les han dado la vuelta aprovechando no sólo las herramientas creadas por sus enemigos, sino también esta inocua hiperconectividad en la que todos hemos contribuido de una u otra manera.

Y es que el hacktivismo y el ciberactivismo no sólo tienen cara de Guy Fawkes, el rostro lampiño de Maquiavelo también se aprecia al otro extremo del tablero; este “fin que justifica los medios (sean los que sean) del estado” del filósofo italiano lo han seguido con singular alegría gobiernos alrededor del mundo: también se hackea y se amedrenta desde el Estado con la misma, o más, efectividad que desde las kasbahs.

Este tipo de manifestaciones, sin embargo y a pesar del poder de las herramientas, tienen sus puntos flacos: la gran mayoría de activistas digitales basan sus causas en la filtración de datos. La manipulación mediática de estos datos, como un teléfono descompuesto de magnitud mundial, terminan llegando a la sociedad de manera muy diferente a como estaban originalmente; no hay una ética o un método de copista (a la manera del medioevo) que garantice que estemos recibiendo información fidedigna; Esto hace que el problema del ciberactivismo y el hackactivismo (desde cualquiera de sus barricadas) no sean las herramientas maduras con las que ya contamos, sino con el factor humano de los usuarios de las mismas, que no han podido garantizar (ni entre los usuarios y las causas más nobles) una fiabilidad suficiente.

@Lacevos

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