En agosto de 2015 lamenté, como muchos, que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ordenase al Instituto Nacional Electoral (INE) cancelar el registro del Partido del Trabajo (PT) por una razón mezquina: no haber conseguido el 3% del voto. Era una pena que el camarada pueblo le hubiese regateado su voto a un partido en el que, a lo largo de los años, había invertido tanto y tanto erario.

Y ya. Arrivederci. Kaput PT. Hasta la vista, baby Kim. Sayonara, Mao Zedong. O como se dice entre personas dadas a la salvación popular “¡Hasta siempre!”. Con el PT —aparecido misteriosamente en 1990 a instancias, según varias fuentes bibliográficas, de un ideólogo maoísta apellidado Salinas de Gortari— acababa uno de los capítulos más excéntricos de la patidifusa democracia mexicana.

Pero entonces —nunca falta un “entonces”— alguien se dio cuenta de que no, de que aún faltaba una elección extraordinaria. En un distrito electoral de Aguascalientes que, por la equis causa de rigor, había llegado tarde a las elecciones, podía ocurrir el científico milagro. ¡Un distritito que faltaba de votar! ¡La superviviencia del pensamiento juche dependía de la voluntad de un puñado de aguascalentenses, o de hidrocálidos o de acquacaldenses o como se llamen!

Y revivió la esperanza nunca muere. Raudo y veloz, el PT acudió al debatido territorio, una villa reaccionariamente llamada Jesús María, en pos de 5 mil votos. ¡5 mil votitos nomás! ¿Qué eran 5 mil votos ante las dimensiones transhistóricas del PT? ¡5 mil votos para impedir que el pensamiento sociopolítico de los camaradas Kim Il-Sung y Kim Jong-Il y Kim Jong-Un desapareciese para siempre de México creo en ti!

Los decididos líderes petenses, o petantes o peterrónicos se trasladaron a ese diminuto punto en el planeta del que dependía la supervivencia del ídem. Llevaban consigo todo el dinero que quedaba en sus cuentas de ahorros (lo que no se habían gastado en viajes
a Norcorea, lo que sobraba de mantener en un nivel de vida decente al montón de líderes, etcétera) y se pusieron a repartirlo entre los jesusmarianenses, o jesusmariatecas o chuymarianos.

¡Es que nuestro partido va a acabar con la miseria! ¡Es que nuestro partido va a liberar a las masas!, le explicaban al electorado que, no obstante, procedió a remitirlos dialécticamente a la chingada o —para decirlo con ese ingenio popular tan nuestro— mostrábase rejego y regateábale el sufragio efectivo. Y no alcanzaban los 5 mil votos. Ni modo. Nada que hacer.

Lo bueno es que en México, cuando ya no hay nada que hacer es cuando más puede hacerse. Ya descendía el féretro del PT al cementerio donde entierran a los partidos políticos —un peladero cerca de Toluca lleno de urnas desvencijadas y anuncios de “vote así” por donde deambula el fantasma de Lombardo Toledano— cuando, conmovidos y solidarios, amén de preocupados por perder contacto con Norcorea, dos de los otros partidos políticos, el PRD y el Movimiento Ciudadano, urdieron una pasmosa estratagema: no presentar candidatos a las elecciones para que los votantes de “izquierda” escogieran a Morena, que iba con una cosa llamada Partido Humanista (ya enterrada) y el PT, que iban de mosca en la boleta.

Y fue así que, por primera vez en la historia de la democracia occidental, unos partidos políticos perdieron voluntariamente las elecciones, si bien lo hicieron por una causa noble: que triunfara su adversario.

Y lo lograron. No sin esfuerzo, pero lograron perder (es decir: ganaron). Sin que nadie (o muy pocos) votaran por el PT, y luego de contar tovo por tovo y sillaca por sillaca, se le asignaron al PT suficientes votos para librar el muro del 3%. El INE le restituyó su registro y sus 225 millones de pesos anuales. (En 2016 ya fueron 390.) Se fortaleció la democracia. El líder vitalicio Alberto Anaya se puso a hacer maletas para su siguiente viaje a Pionyang, el ideólogo Gortari respiró y el camarada Kim Jong-Un echó un cohete.

Y el año que viene, ¿quién lo hubiera dicho? el PT va a ganar la presidencia de México y a liberar a las masas. Y esto a pesar de que llevará en tándem a un tal López Obrador…

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