No es común —en estos tiempos baladíes y vociferantes, sobresaturados de “discursos teóricos” que han convertido al “artista” en un mercader de sus propias pataletas y al arte en correveidile de sociólogos justicieros— experimentar las recompensas y asumir las responsabilidades que brotan de una obra plástica tan deslumbrante y original como la de Graciela Iturbide.

Ofrenda, la exposición de fotografías que acaba de inaugurar es sorprendente y fascinante. Sorprendente porque constata una peculiaridad del genio creativo: la rara pericia para extraer de su disciplinada trayectoria, de la solidez de su estilo y su perfección técnica, una elocuencia visual completamente fresca. Y me parece fascinante en uno de los remotos sentidos de esa preciosa palabra: el hechizo, pero en el sentido de encantamiento; un tipo de hechizo que sucede sólo por el ojo intermediario, el bien de ojo.

La pericia de Iturbide supone, claro está, una evidente perfección técnica: el equilibrio delicadísimo entre las luces y sus infinitas texturas, el balance exacto del ojo obturador y el don del instante privilegiado son tan superiores que se antojan impalpables. Es grandiosa la riqueza de colores que vibran en su riguroso blanco-y-negro; micrométricos los fulgores e iluminaciones de sus contrastes. El sentido de la composición, el equilibrio que le depararon merecer, como es sabido, el Premio Hasselblad, ese Nobel del paradójico cuarto oscuro que alumbra al mundo.

Es bien sabido que una fotografía perfecta —una de Álvarez Bravo (tutor, por cierto, de Iturbide), o de Cartier-Bresson, o de Salgado o de Kudelka— sucede a pesar de la cámara fotográfica, no gracias a ella. Que es una forma de perfección que va mucho más allá del laboratorio precisamente porque debe suceder en él (Iturbide no emplea procedimientos digitales ni computarizados). Se trata de una pericia abarcante que, claro está, sucede muy rara vez, una forma de pericia en la cual la cámara cesa como aparato para convertirse en extensión de la biología del artista; no una mera prótesis traductora sino un órgano de expresión.

Ahora, debe subrayarse que se trata de una perfección ganada por experiencia, tenacidad y méritos. Una perfección que sólo se amerita cuando la disciplina creativa está en armonía con una manera singular y única de plantarse ante la complejidad del mundo. Una pericia a la que sólo se llega cuando se extrema el inexplicable don de amaestrar la curiosidad y, a la vez, propiciar su autonomía: como todos los grandes maestros, Iturbide siempre llega a tiempo a sus citas con el azar.

Las formas en que Iturbide ha logrado liberar la autónoma voracidad de su mirada son múltiples y variadas: he seguido sus recorridos por las etnias ancianas de México lo mismo que por sus urbes fosfóricas; sus inacabables viajes por el mundo entero, clasificando en imágenes preclaras los hechos y los rostros, las parvadas murmurantes y las piedras y a veces, atrapado en redes o alambre de púas, hasta el aire mismo, lo más desnudo que puede fotografiarse.

Ofrenda es un capítulo más de estos que, más que los viajes, son las peregrinaciones de Iturbide. Porque en la pesquisa que inició hace tantos años casi siempre hay una reverberación de lo “sagrado”, una afinada empatía hacia los infinitos rituales con que el misterio de la divinidad viste al deseo y a la muerte, al juego o a la plaza del mercado, al tiempo y al destiempo. El traslado de su mirada ritual a la India y a Bangladesh es, ahora, un episodio particularmente intenso de la peregrinación: los cuerpos sagrados y degradados de los eunucos en Daca; la disolución de los sexos en la picardía de unos ángeles hermafroditas, hermosos y sinuosos; la cabellera de un río ensortijado a la cintura; los escorzos de unos luchadores cuyos combates replican la guerra eterna de la luz y la sombra…

Es un buen nombre, en su discreta modestia –como todo lo que atañe a la gran maestra mexicana—, el de esta exposición necesaria. Ofrendar significa traer en contra; es como dar a cambio, justo lo que hacen estas fotos y los ojos de quien las mire. Las “Ofrendas” de Iturbide están abiertas a la concelebración en el Seminario de Cultura Méxicana, en la calle Presidente Mazaryk 526, Polanco.

Amerítelas: es bien de ojo.

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