He llegado a pensar que la muerte precipitada de tantos amigos queridos, escritores, artistas, e intelectuales preocupados por el estado de su entorno o circunstancia, se ve alentada o potenciada debido a que el lugar en el que han vivido o al cual le han brindado su pensamiento y sus ideas es de tal manera anormal, inhóspito e irremediable, que se torna insoportable para la vida del pensamiento y de la creación. El veneno que expelen los problemas de su comunidad los va aniquilando lentamente y deteriorando su salud. El hecho de que una turba de criminales involucrados en la política y en la administración de los asuntos civiles acumulen riqueza y poder cínicamente, propone y alimenta una atmósfera tal de desesperanza y agobio que propaga la enfermedad (en el sentido incluso más espiritual del término) de cualquier persona que albergue deseos de mejorar el futuro. Estoy cierto de que ésta es una apreciación dramática y desmesurada, pero no lo es tanto si tomo en consideración que la muerte de mis amigos ha tenido lugar en una de las más oscuras épocas por las que ha transitado la sociedad de su país. Si el artista e intelectual representa a una sensibilidad fuera de lo común, entonces será uno de los primeros en recibir la noticia de que nada hay qué hacer respecto a la sanidad o reparación de la polis. La opinión de Cioran de que las ideas son un biombo inútil que nada esconden tomará entonces un rango de verdad inesperado. Sin embargo, en otro de los aforismos de Ese maldito yo, Cioran asegura que “Es la humanidad tarada lo que constituye la materia de la literatura.” Le creo, mas pienso que el exceso de tontería en la sociedad que nos envuelve, tarde o temprano tocará a nuestras puertas y acabará con cualquier vestigio de literatura e individualismo.

Quisiera pensar —y lo prefiero en vez de asistir a sus funerales— que el ímpetu ético de algunos artistas y pensadores, su sabiduría y su ausencia de alma criminal, los hace susceptibles a convertirse en fundamento de lo que viene. ¿Quién va a construir sobre sus hombros? Creo que es necesario hacerlo tal como ellos edificaron su conocimiento y obra tomando como fundamento el saber de otros (Somos enanos en hombros de gigantes). En lo particular no abandono mi estima por el hombre libre, anarquista, rebelde, desesperanzado, solitario y asceta, y no obstante lo anterior estoy seguro de que:

1) Si uno quiere sobrevivir individualmente —que lo dejen en paz y no le jodan la vida— tendrá en algún momento que pelear también por su supervivencia de la comunidad en la que habita.

2) Si uno no desea formar parte de la “humanidad tarada” tendrá que mantener su libertad intelectual o ideológica a toda costa incluso a riesgo de perder los privilegios que le acarrearía ser un soldado del poderoso o del criminal público.

No encuentro incoherencia en mantener ambas posturas al mismo tiempo: es decir, por una parte cultivar la soledad, el apartamiento y las manías personales del individuo libre; y por otra la de engendrar y mantener opiniones (aunque no sean éstas ortodoxas, ni definitivas) acerca del entorno en el que vive. Yo opino que políticamente se halla a la vista una caída en verdad dramática y escandalosa debido a que quienes tienen la obligación de preservar la solidez del estado democrático, social y liberal no son los más capaces ni los más honestos. En general nos gobiernan los peores. Cualquier lector —esa raza en extinción— que haya al menos ojeado las ideas y reflexiones de los filósofos griegos o moralistas latinos; de los empiristas ingleses; de los racionalistas y enciclopedistas franceses; de Roger Williams, Rousseau, Marx, John Stuart Mill, Tocqueville, Madison, John Dewey; de la Escuela de Frankfurt y en general de cualquier pensador social del siglo veinte, etc... se habrá enterado de que ningún filósofo es “mejor” que otro, y que existe una pléyade de relaciones, vocaciones éticas, horizontes morales y civiles que pueden hilarse para fortalecer ideas en pos de la supervivencia. Yo alguna vez guardé intenciones de suicidarme si la muerte no llegara por sí misma, elegante y puntual (“Quien no ha muerto joven merece morir” otra vez Cioran); pese a ello hace mucho que dejé de pensar en acción semejante, pues tarde o temprano la contaminación social y la atmósfera venenosa que se respira hará el trabajo por su cuenta y sin necesidad de ninguna ayuda. Los primeros colonos ingleses que llegaron a tierras de Norteamérica cansados de las sangrientas guerras religiosas del siglo XVII —por ejemplo— intentaron crear una comunidad tolerante y abierta (Providence; Rhode Island). El tiempo oscureció sus intenciones, pero al menos tuvieron una oportunidad. ¿A dónde podemos escapar nosotros, agotados, ofendidos y tratados como basura? ¿Al fondo del mar? ¿A las grutas de Cacahuamilpa? Que cada quien imagine su exilio, arcadia o utopía. Hoy, como en el título del célebre relato del escritor mexicano Edmundo Valadés: la muerte tiene permiso.

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