¿Qué clase de consejo podría yo ofrecer a un joven que vive en la actualidad esta barbarie colectiva que insisten en continuar llamando país? Es una tarea difícil, pues la realidad en su sentido más burdo se impone en el joven como una losa en la espalda y ninguna sugerencia vital sería capaz de atenuar la sensación de ser un muerto en vida, un proyecto frustrado o el comienzo de una larga penitencia. Pese a obstáculos semejantes me atreveré a bosquejar una serie de consejos cuyo propósito es solamente el no quedarme callado y observar de qué manera la juventud de un país (exceptuando la descendencia de los privilegiados) es entregada a las costumbres dominantes y a las instituciones para que la estulticia y la injusticia continúen su paso certero y rapaz en la destrucción de las comunidades pacíficas. Lo primero que espero a la hora de ofrecerles consejo es que no me pongan atención alguna y me consideren una voz accidental que se expresa en el vacío. Cualquier persona que crea que sus consejos poseen valor o deben ser considerados cultiva una estima o valoración de sí misma enfermiza y rabiosa. Yo sólo cumplo con una necesidad íntima y bastante penosa. Mi consejo más importante, como he repetido hasta el hartazgo, es que piensen por sí mismos y pongan en duda todo lo que insisten en enseñarles; sospechen de quien desea educarlos a toda costa y llevarlos por el camino del bien sin antes esclarecer con ustedes qué cosa significa el bien y en qué los beneficia. El fin de la mala educación es el amansamiento y su tarea es convertirlos en rehenes, atunes, insectos que desarrollan funciones cuyo fin ustedes mismos desconocen. Sin embargo, dudar no significa renunciar a cualquier participación en la vida civil. La renuncia debe ser sopesada. Y si uno desea pensar por sí mismo lo primero que debe hacer es encontrar las palabras adecuadas para llevar a cabo la protesta, la crítica y la rebelión. Tales palabras no van a hallarlas más que en la lectura, no sólo en los mensajes y textos de los aparatos tecnológicos diseñados en gran medida para convertirlos en voraces consumidores de la nada, de la palabrería vacua, del ruido efímero y del simulacro de la comunicación. En mi columna he sugerido cientos de libros de toda clase, pero cualquier libro es bueno y puede ponerlos en el camino de la libertad, ya que, como afirmaba Paul Feyerabend en su libro Diálogo sobre el método: “No hay una sola idea, por absurda y repugnante que sea, que no tenga algún aspecto sensato, y no hay una sola idea por plausible y humanitaria que sea, que no fomente, y por tanto disimule, nuestra estupidez y nuestras tendencias criminales.”

Es conveniente ser prudente a la hora de leer cualquier libro de ensayos, ficciones o filosofía porque ninguno de ellos representa una biblia, sino más bien su disgregación. La palabra divina se destruye y se transforma en cientos de juicios y palabras que se expanden para dar gravedad y peso a nuestra individualidad y capacidad de pensar. No se conformen, queridos jóvenes, con la educación y costumbres que les ofrecen sus padres o maestros. Aléjense lo más posible del entretenimiento fundado en el futbol, en la política basura y en la televisión insulsa. No se lo merecen. Es preferible ser un cero a la izquierda que formar parte de una pandilla de atarantados y manipulados por los poderes económicos y políticos que ustedes mismos desconocen. Cada vez que la publicidad se dirija a ustedes con el propósito de cautivarlos, seducirlos y sumarlos a una carreta de consumidores amaestrados escupan en el suelo, den la espalda a los monigotes comerciales y emprendan un camino desconocido: más vale tropezar en soledad que ser parte de una multitud que se arroja a un precipicio. Cultiven y aprecien el arte en cualquiera de sus aspectos. No sigan el ejemplo de sus padres, pues en el país donde vivimos la mayoría de los adultos ha sido asimilada por el estado de cosas que nos agobia. Les han robado el futuro y ustedes andan por allí coreando los goles de un delantero, enviando mensajes insustanciales por su celular y cumpliendo paso a paso el método que los llevará a mantener la ignominia social y a cancelar el futuro de sus propios hijos. Protesten cada vez que alguien les ordene cometer una acción sin antes conversar los motivos de tal orden o exigencia con ustedes. Desconfíen de mí y de todos a su alrededor. No deseen buscar el éxito que les embarran como carnada en sus narices, pues el éxito los transforma en seres vulgares cuya vida carece de misterio. Comprendan menos a sus amigos y quiéranlos más (si yo les contara). En su novela Jakob Von Gunten, el escritor Robert Walser llevó su sentimiento de decepción y desidia trascendental hasta un punto liberador: ”¡Qué feliz soy al no poder descubrir nada digno de consideración o estima en mi persona! Ser humilde y seguir siéndolo. Y si alguna mano, una circunstancia, una ola me levantara y llevara hasta las alturas donde imperan el poder y la influencia, yo mismo destrozaría las circunstancias que me hubieran favorecido y me arrojaría a las tinieblas de lo bajo e insignificante.” No amen este país (eso es una tontería; se ama a una persona, a un perro o a un recuerdo, no a un país o a una patria), mejor denle forma o consistencia y busquen un lugar habitable y placentero en el que desarrollar su talento y sus pasiones. No perdonen a los criminales que hacen de la vida de ustedes un purgatorio. Comiencen desde la soledad de la lectura, la reflexión y la sospecha de todos aquellos que insisten en educarlos como soldaditos de la desgracia. Piensen y pongan esmero y atención en el otro. Estas palabras de Morris Berman son sencillas y llaman a la convivencia y al retiro de la necesaria soledad: “El cuidado del otro y la competencia salvaje no son tan solo dos especies distintas de comportamiento; también son dos mentalidades distintas; dos formas contradictorias de estar en el mundo.” (Convertir la paja en oro; Sexto Piso, 2015). No dudo que mis consejos resultaran candorosos para los adultos exitosos, maduros e inteligentísimos que han ayudado a la edificación de la cloaca, pero esta vez no me dirijo a ellos, sino a las nuevas víctimas —los jóvenes— esperando que éstos planeen una fuga inteligente, un exilio del futuro al que han sido condenados.

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