“Mezquindad: una retención de generosidad, una voluntad de lastimar, una elección perversa del mal cuando el bien está al mismo alcance.” Guy Davenport (Carolina del Sur, 1927-2005)

La pregunta con que Henry David Thoreau (Massachusetts,1817-1862) comienza su libro Desobediencia civil es: “¿Hasta qué punto estamos obligados a obedecer al gobierno cuando sus leyes o medidas nos parecen injustas?” Su respuesta es sencilla: afirmar y cultivar la libertad individual, la desobediencia civil pacífica y el constante cuestionamiento a los gobiernos injustos o tiranos. Para Thoreau los muros que constriñen a un hombre libre son inexistentes e incluso son un estímulo a su fortaleza (él, como sabemos, estuvo en prisión acusado injustamente). La riqueza acumulada en unas cuantas manos, por otra parte, le parecía un fardo que impedía el desarrollo de una sociedad en verdad libre. Un admirador y alentador de Thoreau fue R.W. Emerson (Massachusetts,1803-1882), ensayista extraordinario y un libre pensador de gran altura. Acerca del escepticismo y la inteligencia del hombre libre, Emerson escribió en su libro Hombres representativos: “El escéptico no es el que duda todo el tiempo, es más bien el meditador, el prudente, el que calcula sus fuerzas, el que economiza sus medios, el que cree que un hombre tiene demasiados enemigos y por eso debe evitar el serlo de sí mismo. La filosofía que necesitamos es una filosofía variable y movediza. Los esquemas espartanos y estoicos son demasiado rígidos para nuestro propósito.” ¿Cuáles eran tales propósitos; los que aún perseguimos tantos años más tarde: evitar ser limitados en nuestros derechos y conquistados por los poderosos, recuperar nuestra libertad siempre amenazada y elegir el valor del individuo por sobre la tiranía de un Estado o el de una dictadura que nos reduzca a ser “cosas” o a seres sin decisión ni autonomía.

He aludido a estos dos escritores del siglo XIX un tanto harto de la vocinglería primitiva y mezquina del presidente Trump, un hombre de negocios y un populista, pero no un hombre de Estado y mucho menos alguien que se encuentre al tanto de las mejores tradiciones liberales del país que ahora preside. Es evidente que los Estados Unidos no existen en su imaginación como una federación de Estados y una República, sino como una empresa. Posee una retórica, no una filosofía o una teoría política, y su imprudencia y actuar precipitado nos hablan de un ególatra que desea cambiar el mundo de la noche a la mañana, no de un político que tiene responsabilidad con el pasado y futuro de la sociedad que le ha permitido a él progresar y enriquecerse. ¿Que intenta construir un muro en la frontera sur de su ahora gran empresa? No creo que lo haga y pronto encontrará oposición entre sus propios compañeros de partido. Mas si lo logra no me parece un hecho en verdad relevante: el muro será el símbolo de un retraso histórico previsible y de una perturbación sicológica que obligará a los contribuyentes de aquel país a desembolsar una cantidad obscena de dinero la cual podría ser utilizada para el beneficio civil.

Vayamos más atrás en la historia: a mediados del siglo XVII, Roger Williams, colono inglés y líder religioso estableció una comuna en Rhode Island, cerca de Massachusetts. Su respeto por los habitantes indígenas de la nueva tierra causó desconfianza en los colonos ya establecidos, pero él insistió en propagar la tolerancia y el respeto por las creencias religiosas de los indios y de cualquier persona. Fue perseguido y vejado, pero finalmente hoy podemos decir que en hombres como él se encuentran fundadas las más sensatas tradiciones de liberalismo y tolerancia que después dieron forma a los Estados Unidos. ¿Cómo se ha podido retroceder tantos siglos con la ascendencia de Trump a la presidencia? En Convertir la paja en oro, Morris Berman (Rochester, N.Y., 1944) ha hecho un llamado a la autenticidad y a la libertad individual de las personas que están atrapadas en el consumismo y la mala retórica política y económica; es un crítico del crecimiento absurdo y destructor que esclaviza a las personas en lugar de alentar su progreso moral. Él escribe en el libro citado: “La democracia norteamericana termina por desembocar en una farsa plutocrática en donde los dos candidatos presidenciales, tan sólo son distintos en cuanto al estilo; en los hechos son comprados y están a sueldo de las grandes corporaciones.” Cuando Berman escribió tal cosa, Trump no era presidente aún y nadie se imaginaba que la capacidad crítica del ciudadano norteamericano se hallara ya tan deteriorada. (Juan Luis Cebrián mostró una opinión similar al referirse a la supuesta alternancia política española y europea e incluyó a ambas en el concepto de fundamentalismo democrático). No encuentro mejor definición para lo que sucede hoy en día en Estados Unidos: el fundamentalismo democrático tiene ya un jerarca, un autócrata que pondrá a prueba las instituciones liberales norteamericanas. Hace unas horas me he enterado de que Trump desea eliminar la ley “Dood Frank” (promulgada en 2010) que pone límites a los empresarios y especuladores que primero provocan una crisis financiera y después exigen al Estado que los rescate. ¿Qué se puede opinar al respecto? Un cúmulo de bravatas parecidas se avecinan en los próximos meses o años. La esperanza del filósofo pragmático, Richard Rorty (Nueva York, 1931-2007), no tiene ya sentido; aún así la transcribo como parte final de esta nota: “Tengo la esperanza de que en el futuro los seres humanos disfruten de más dinero, más tiempo libre, más igualdad social, y que puedan desarrollar una mayor capacidad de imaginación, más empatía, de modo que lleguen a estar en condiciones de ponerse en el lugar de otras personas. La esperanza es que los seres humanos se vuelvan más ‘decentes’ en la medida en que mejoran sus condiciones de vida.”

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