Dictan tanto la tradición política como las buenas maneras, que cuando el Presidente tiene contemplados movimientos en su gabinete, de esos que son planeados y no espontáneos o de emergencia, los hace en enero.

Ese parece haber sido el método de Enrique Peña Nieto para lo que ya era desde el año pasado un secreto a voces: la salida de Claudia Ruiz Massieu de la Cancillería y la llegada de Luis Videgaray para dirigir a la diplomacia mexicana. Cero sorpresa, salvo para quienes viven en realidades alternas.

Desde la visita a México de Donald Trump, promovida y operada por Videgaray, estaba claro que era él quien se había ocupado en tender puentes y establecer algún tipo de comunicación con el circulo más cercano del magnate. La visita, tan criticada en su momento (yo fui uno de los más críticos de la forma en que se operó y se comunicó) marcó una enorme tirantez con la Canciller, quien se opuso frontalmente, y llevó a la salida intempestiva de Videgaray del gabinete. Hoy el error de Videgaray se ha tornado, por azares del destino o la serendipia, si no en acierto cuando menos en algo que le permitirá al gobierno mexicano un mínimo de interlocución con quien promete ser un vecino no sólo incomodo, sino francamente hostil a nuestro país.

Ya las redes sociales estallaron en contra de la designación de Luis Videgaray, misma que, insisto, no podía sorprender a nadie. Y curiosamente lo que más le critican es probablemente la razón de que hoy llegue a su nuevo encargo: la famosa, la malhadada o afortunada visita de marras.

En un texto escrito a botepronto y publicado ayer en la edición digital de este diario, expresé mi opinión: Videgaray es el único político mexicano que en este momento tiene contactos, acceso y capacidad de dialogo y negociación con Trump y su equipo. Por más que quisiéramos que la realidad fuera otra, el magnate será presidente durante al menos cuatro años. Y no de cualquier país, sino del más poderoso del mundo, con el que tenemos casi 80% de nuestra relación económica y comercial y en el que viven muchos millones de nuestros paisanos, con o sin documentos migratorios.

Donald Trump no es del agrado de prácticamente nadie en México, con justa razón. Ha sido agresivo, ofensivo, injurioso con México y los mexicanos, activista para impedir que empresas estadounidenses trasladen inversiones, operaciones y empleos a nuestro país, y es muchas otras cosas más con las que no concuerdo, que no me parecen dignas ni aceptables.

Pero, y este es el fondo del asunto, será el presidente de EU. Con el que este gobierno y el que sigue tendrán que tratar, que lidiar, que intentar defender nuestros intereses y los de los mexicanos que allá viven. Y yo me pregunto, y le pregunto a los detractores del nuevo canciller, si creen que sería mejor vía la del enfrentamiento, la confrontación o la retórica setetentera. Si creen que es mejor opción arrancar peleados en la que, no nos engañemos, es una relación profundamente dispareja.

Con estos bueyes nos tocó arar, reza el refrán, y nunca más cierto que ahora: el ambiente de hostilidad hacia México en EU no se limita a Donald Trump ni a su gabinete, ojalá. Permea todo Washington DC y más allá, hasta los rincones más recónditos de Oklahoma o las grandes metrópolis. Frente a esa dura e incómoda realidad, hay que echar mano de quienes cumplan con cuando menos algunos requisitos indispensables: cercanía y confianza del Presidente de México; receptividad y (relativamente) buena disposición del próximo presidente estadounidense; relaciones y contactos con el gran empresariado, los medios, los capitales estadounidenses. Videgaray no sólo cumple con eso, y no veo a muchos más que se acerquen dentro de la baraja disponible en estos tiempos.

No somos, al menos yo, pitonisas para adivinar el futuro. Lo que sí tengo claro es que este era un cambio anunciado y necesario. No será nada fácil la encomienda, pues este es el proverbial tigre de la rifa.

Ya el tiempo se encargará de darnos o quitarnos la razón.

Analista político y comunicador

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