A lo largo de la campaña electoral estadounidense y más intensamente tras la toma de posesión de Donald Trump, el término fake news (noticias/medios falsos) se ha propagado. Dando un paso adicional en su dirección al absurdo, su asesora KellyAnne Conway nos regaló una joya, la de los alternative facts, o hechos alternativos, un claro ejemplo de lo que este nuevo gobierno plantea como su relación con la verdad.

Hace una semana la revista Time, en uno de sus mejores números en mucho tiempo, aborda ese mismo tema. Desde su portada lanza una intrigante e inquietante pregunta: ¿Está muerta la Verdad?

Uno de los principios no escritos de la vida pública estadounidense es que la verdad es recompensada y la mentira condenada. Muchos de los escándalos que acabaron con las carreras de políticos prominentes eran salvables, si tan solo no hubieran mentido al respecto. En esa vieja moral protestante, se valía todo, o casi todo, siempre y cuando se dijera la verdad al respecto. Y no hay mejor ejemplo —citado por Time pero harto conocido— que el del mito/leyenda de un George Washington niño que reconoce frente a su padre el haber cortado un árbol de cerezo. “No puedo decir una mentira”, dice según esto el mozalbete, y no hay niño que no se aprenda la historia desde los primeros años de escuela.

Los mexicanos tenemos una relación muy distinta con la verdad. Serán nuestras raíces indígenas y la mentira como herramienta esencial de supervivencia ante las brutalidades de la Conquista y la Colonia; el orígen español que viene a las Américas cargado de historias de acomodos y reacomodos; la vergüenza inconsciente del mestizaje... Vaya usted a saber, querido lector, pero ya sea para engañar o sacar ventaja que para “quedar bien” u no ofender, digamos que no estamos tan obsesionados con la verdad como nuestros vecinos sí lo están.

O estaban, porque ahora entre fake news y hechos alternativos EU parece haber ingresado a la era de lo que algunos llaman la “posverdad”. Yo prefiero otra, más precisa y aunque difícil de pronunciar, con mucho más sensibilidad del momento. Los alemanes, tan exactos siempre, tienen una gran ventaja en la vida, la de construir palabras nuevas con el simple método de juntarlas. Así surge “Postfaktisch”, y lo dice todo: es lo que le sigue a los hechos, los “facts”, que alguna vez fueron incontrovertibles y ahora solamente delgados sacos de arena para tratar de detener el diluvio de mentiras que por mucho los rebasa.

Trump y los suyos mienten de manera cotidiana. Con descaro niegan lo evidente, hacen afirmaciones sin sustento o basadas en las mentiras de sus propios compañeros de viaje y así se justifican: “yo no lo dije, solo cité a quien lo dijo”. Así se construyó primero la viabilidad de Trump, luego su candidatura, finalmente su triunfo.

Pero muchos suponían que al llegar a la Casa Blanca el circo cesaría sus funciones, que Trump se volvería, como todo candidato ganador, más serio y mesurado. Nada de eso. Por el contrario, Trump ha intensificado las mentiras, con cierto método, peculiar, por decir lo menos, pero que tiene ya efectos tóxicos para su presidencia y muy pronto para su país. Y es que si ni ciudadanos propios ni gobiernos distantes o cercanos, aliados o amigos, saben si le pueden creer al presidente de los Estados Unidos, confianza y credibilidad se van por la borda.

Nadie espera —sería por demás ingenuo— que los políticos digan siempre la verdad. Pero lo que sí podemos y debemos esperar, demandar, es que no nieguen lo evidente, que no sean tan desfachatados como para hacer de la mentira estrategia de gobierno.

Nada de eso le importa a Trump, está claro, porque él es postfaktisch. Y a esos no hay cómo argumentarles, hasta que un día se tropiezan y caen a trompicones de su mundo alterno.

Analista político y comunicador.
Twitter:@gabrielguerrac
www. gabrielguerracastellanos.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses