La mayor parte de las conquistas militares son, por definición, bestiales, salvo que la alevosa invasión nazi iniciada el 1 de septiembre de 1939 en contra de Polonia no haya sido un brutal atropello en contra de un país indefenso. Quejarnos de la barbarie de la conquista española en el continente americano durante el siglo XVI es tanto como ignorar el comportamiento histórico del hombre ávido de territorios o de dinero o de poder o todo junto: “El hombre es el lobo del hombre…” Homo homini lupus…

Los “conquistadores”, en realidad los invasores españoles del continente americano, no fueron los únicos que operaron con crueldad y sevicia a lo largo de la historia universal, por supuesto que no, ahí está el caso de Alejandro el Magno, de Calígula, de Nerón, de los hunos, comandados por Atila, de Gengis Kan, Carlomagno, entre otros tantos más, sin olvidar los terribles episodios a cargo de los Bárbaros que disolvieron el Imperio Romano. Ahí están las Cruzadas, orgías de sangre y violencia, promovidas por los papas a través de los “soldados de Cristo”, la militia christi, exonerada de cualquier pecado ya fuera en la tierra o en el cielo, para restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa entre los siglos XI y XIII en contra de los musulmanes, de los eslavos paganos, judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos, mongoles, cátaros, husitas, valdenses, prusianos y contra enemigos políticos de Roma.

Pero, ¿dónde se arraiga y se profundiza hasta la médula el resentimiento mexicano iniciado con la brutalidad azteca en la Mesoamérica precolombina? ¿Cómo imaginar siquiera el horror padecido por los guerreros, entre otras víctimas, recostados boca arriba en la piedra de sacrificios, mientras veían cómo el supremo sacerdote les sacaba el corazón con un afilado cuchillo de obsidiana? ¿Qué preferirá el amable lector, morir en al piedra de los sacrificios o perecer calcinado en el terrorífica pira de la Santa Inquisición? Las explicaciones ahí están…

Si en el México prehispánico un individuo hubiera sido conocido como Ixtlixóchitl, a modo de ejemplo, y después de un bautizo obligatorio, so pena de ser torturado por la Santa Inquisición, se le identificara como Fernando Pérez, iniciaría un doloroso proceso de odio y de rencor, estimulado con la prohibición del uso del taparrabo, del maxtlatl o del tilmatli para cubrirse el resto de su cuerpo. A los mexicas les quitaron sus nombres, sus dioses, sus casas, sus empleos y sus ropajes, incineraron en las pavorosas hogueras a hombres y códices de donde aprendían y estudiaban. A los maestros se les sustituyó por sacerdotes católicos, una tragedia cultural; a los padres y hermanos los convirtieron en esclavos en las encomiendas. Desaparecieron los Calpullis y sus escuelas y en su lugar, aparecieron las iglesias católicas, las auténticas responsables que en los años de la independencia existieran 98% de analfabetos en la Nueva España. Se les impuso otro idioma, otros dioses, se desintegró la familia mexica y al nacer el primer mestizo empezó la confusión de identidades. ¿Eres gachupín? ¡No! ¿Indígena? ¡No! ¿Mestizo? Sí, a la fuerza… Ha sido muy difícil la asimilación. ¿En qué lugar quedaron los aborígenes, los nativos, los constructores del México profundo? Padecemos conflictos de desprecio racial y nadie trabaja para erradicarlos y superarlos. El racismo en México constituye una de las grandes vergüenzas y atrasos sociales.

En la violación masiva de mujeres indígenas y el consecuente nacimiento de niños no deseados encontramos otra fuente inagotable de resentimiento, puesto que los nuevos vástagos eran rechazados por diversas razones, tanto por el padre, como por la madre. La exclusión social constituyó otro manantial envenenado de rencor y dolor. ¿Cómo olvidar cuando Cabeza de Vaca, uno de los “conquistadores”, se jactaba de haber procreado más de 400 hijos de los que ignoraba su destino, al tiempo que la madre despreciaba al violento progenitor y la bastardo con justificado coraje?

Recordando a Octavio Paz, mi querido maestro, nosotros los mexicanos somos los descendientes de la Malinche, la india que se entregó voluntariamente a Hernán Cortés. En consecuencia, somos  hijos de la chingada.  “El pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a nuestros indios, estoicos, impasibles y cerrados”, describió el escritor.

¿Conclusión? Nos odiamos por ser hijos de la chingada, de la madre mancillada. ¿Qué domina a la perfección el mexicano de todos los tiempos? ¡El verbo chingar! Yo chingo o te chingo, ya chingué, te chingas… Por ningún lado aparece el verbo ayudar, cooperar, sumar, sino chingar, porque al ser hijos de la chingada, sólo sabemos chingar. ¿Cómo cambiar? Recostando en el diván a la familia, a los maestros, a los políticos y a los conductores de radio y televisión… Hoy en día, en Alemania, está penado con la cárcel portar un brazalete con una esvástica nazi, de la misma manera en que está prohibido el libro Mein Kampf, la obra maestra suicida de Hitler… He ahí la muestra de una purga educativa y cultural.

Después de la independencia, quienes gobernaron México fueron los hijos de los españoles, con lo cual solamente se cambió el nombre de los nuevos patrones, nuevos explotadores: los criollos.

El resentimiento se percibe en la música: “No vale nada la vida, comienza siempre llorando y así, llorando se acaba…” En el cine: “estamos jodidos, compadre…” “Nosotros, los pobres…” “También de dolor se canta…” “Si me han de matar mañana que me maten de una buena vez…” El lenguaje popular de sometimiento no puede ser más patético al escuchar expresiones como “Patroncito” “Mi señor”, “Jefecito…” ¡Un horror! “Si nació con los ojos verdes ya la hizo en la vida…” En anuncios publicitarios: “La rubia de categoría, la cerveza que todos quieren…” Nunca nadie vendería una cerveza oscura en estos términos: “La prieta linda, la cerveza que todos quieren…” ¿Y el grito homofóbico del futbol?: Puuuuuuu… Es la voz del pueblo cargada de desprecio y humor negro…

En la escuela, en la familia, en la universidad, en los medios de difusión masiva, en los planes de estudio, desde palitos I hasta el doctorado, deberíamos trabajar como sociedad para erradicar el resentimiento y el rencor y entonces, y solo entonces, podremos los mexicanos tomarnos de la mano para construir el país que todos soñamos…

fmartinmoreno@yahoo.com

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