Sí, en este caso, estoy con Trump: apoyémoslo con mano de obra, con recursos económicos, con varilla, arena y alambre de púas. Necesitamos un muro de 500 metros de altura y otros tantos de profundidad que cubra del Océano Pacífico hasta el Golfo de México y tenga un grosor de, por lo menos, 3 metros. ¿Por qué…?: Necesitamos contener la pavorosa contaminación que nos llega del norte. Impidamos la importación de comida chatarra, basura que tantos daños ocasiona a la salud, además de no reunir ni mucho menos, los niveles exigidos por nuestras papilas gustativas. Me explico: ¿Cómo comparar una hamburguesa de McDonald’s, (¡uf…!) con una torta de jamón, rebanadas de cerdo adobado y milanesa, frijoles refritos untados, mayonesa y zanahorias en escabeche, acompañadas con nuestras cervezas y no con las asquerosas aguas negras gringas. ¿Quién puede comparar una hamburguesa con nuestras tortas o nuestros tacos o tamales o con un simple caldo tlalpeño? Construyamos el muro, no queremos comida tóxica.

Estados Unidos tendría que indemnizar a México por la inmunda calidad de su cine con el que invade la mayoría de nuestras pantallas grandes y chicas. No, no queremos más escenas de violencia ni de vengadores ni de asesinos ni de víctimas de estupefacientes. Este tipo de cintas salpicadas de sangre y de horror lastiman al público cautivo con ejemplos nefastos apartados de nuestra cultura. Levantemos el muro, no queremos películas de violencia, de narcóticos o de sexo depravado con el que inficionan a nuestra gente. ¡Juntemos tabiques, traigan varillas, cooperemos con nuestros pesos devaluados, pero cooperemos!

En Francia es obligatorio, por ley, que los programas de radio, televisión y cine tengan contenidos franceses, precisamente en aras de la defensa de su nacionalidad, yo invito al lector a que encuentre en el cuadrante de FM de la Ciudad de México, algún par de estaciones con nuestra música. Nos estamos desnacionalizando. Las tiendas de ropa ostentan letreros en inglés, mercancía americana, al igual que en los supermercados se encuentran invadidos por productos yanquis como si lo mexicano no existiera. No, no queremos tampoco música norteamericana ni queremos ver vestidos a nuestros hijos con cadenas y gorras puestas al revés ni saludarse como los gringos: detengamos el proceso de estupidización. No más ticketmaster, no más valet parking, no más anglicismos. ¿Quién aporta los rollos con alambres de púas?

Defendamos nuestro idioma, nuestras costumbres, nuestra comida, nuestro cine, nuestro teatro, nuestro folklor, nuestros mariachis, nuestros boleros y nuestra trova. Juntemos albañiles en la frontera para contener esta contaminación venenosa. Es claro que si nosotros cerramos herméticamente la frontera y los norteamericanos no pueden consumir los narcóticos importados de México y Colombia, ellos mismos serían los primeros en tratar de derribar el muro en busca del maldito polvo blanco. ¡Construyámoslo entonces con hormigón reforzado!

De la misma manera que propongo la construcción del muro, sugiero tapizar el lado mexicano con gigantescos espejos a todo lo largo de la frontera para que nos veamos reflejados nítidamente, tal cual somos. Si al amurallarnos iremos en busca de todo lo nuestro, también es hora de contemplarnos sin piedad para saber en qué momento nos perdimos y se perdió México. En esta búsqueda y encuentro los mexicanos somos los únicos responsables. ¡Venga el muro y venga el espejo!

fmartinmoreno@yahoo.com

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