Las amenazas externas ayudan a consolidar la cohesión interna. El problema es que esa unión no necesariamente tiene direccionalidad. La llegada de Trump a la Presidencia de EU ha generado un conjunto amorfo y multidireccional de llamados a la unidad en México con una característica común: la carencia de un objetivo compartido.

¿Unión mexicana? Sí, pero ¿en torno a qué precepto de futuro? A esta pregunta no parece haber respuestas. ¿Qué significa ser mexicano hoy en día?, ¿en torno a qué elementos de esta idea vaga de identidad nos vamos a conglomerar? Es decir, la idea de la unión mexicana suena apetecible pero, ¿cómo darle sentido? ¿Qué México queremos construir?

La dificultad de cohesión que se presenta ante la amenaza de Trump es muy sintomática de vicios de origen en la concepción de nuestro Estado. Si EU tiene un proyecto nacional basado en un modelo económico, político y una idea de “libertad”; y los franceses han consolidado un Estado basado en una concepción propia de la justicia social, en México la identidad tiene más que ver con el folklore, la gastronomía y la parafernalia cultural que una idea política y social del Estado. Aquí no hubo un grito de “fraternidad, libertad e igualdad” sino un estandarte de la virgen Guadalupe-Tonantzin.

El proyecto arquitectónico-político más ambicioso de las últimas décadas fue la propuesta de regeneración del sistema de lagos de Texcoco planteado por Teodoro González de León; aquel proyecto fue desechado por su naturaleza contestataria: en un país gobernado por la improvisación y la corrupción, ¿cómo atreverse a plantear un modelo urbano holístico que implicara planeación a largo plazo, proyección de futuro y un proyecto real de ciudad? ‘Queremos un aeropuerto, no una ciudad’ dirían sus detractores. Pero el sustento metafórico del proyecto del lago revela mucho sobre lo que hemos dejado de hacer: la última vez que hubo planeación de futuro, la ciudad estaba montada entre un sistema acuífero natural.

La amenaza de Trump ha revelado nuevamente esa falta de proyección de futuro. Ante una amenaza seria, y una alarma generalizada de la sociedad, los líderes políticos han sido incapaces de esconder su mezquindad. Mientras que el país busca liderazgos que planteen un proyecto serio y plausible de país; los políticos aprovechan la coyuntura para intentar solidificar proyectos personales. No existe entre nuestra clase política un proyecto de nación en torno al cual podamos avanzar en contraposición a Trump; lo que se ha impuesto es una parafernalia de hashtags vanos, ocurrencias demagógicas y frivolidad ideológica de políticos que buscan su propio beneficio. ‘¿Cómo aprovechar el miedo a Trump para catapultar mi carrera?’ Es la pregunta que prevalece entre la clase política.

Por otro lado, la clase intelectual también ha demostrado sus propias limitantes. Algunos se han burlado de ciertas muestras de la sociedad; las banderitas en el WhatsApp, las marchas anti Trump y los mensajes en Facebook; es cierto que ninguna de estas acciones cambia nada, pero revelan una sociedad desesperada por soluciones; y al mismo tiempo a una clase política e intelectual lejana, narcisista e incapaz de estar a la altura de la coyuntura. Ante la necesidad de un rumbo pos-revoluciónario, Octavio Paz respondió con El laberinto de la soledad y José Vasconcelos con La raza cósmica; ante la necesidad inminente de rumbo, algunos sectores del ‘intelectualismo’ actual han respondido con burlas y tuits clasistas; cuando se necesita unión contestan con narrativas de división.

Hay miedo, pero no liderazgos. Hay propuestas, pero no hay organización. Hay anhelo de unión, pero no hay algo en torno a qué ejercerla. Sería muy benéfico para el país que aprovecháramos la coyuntura para revisar nuestra propia identidad y apuntalar con ella un verdadero proyecto de futuro. Si ya encontramos enemigo en común; ahora nos hace falta encontrar un proyecto que nos una.

Analista político.

@emiliolezama
www.loshijosdelamalinche.com

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