Podrán llenar de injurias al mensajero y hasta cortarle la cabeza pero la verdad documental prevalecerá frente al misticismo de la mentira. Todo lo que publiqué hace quince días sobre la vida política de Elena Garro está documentado y en varias ocasiones ella misma y su hija Laura Helena se ufanaron de su actuación durante el 68 y de la protección real o supuesta de Díaz Ordaz y Gutiérrez Barrios con que su conducta las blindó. Excluí de mi enumeración hechos subjetivos, aunque narrados por testigos presenciales, como la crueldad insólita con que las Elenas trataron a la anciana Josefa Lozano, madre de Octavio Paz, quien fungía como representante de su hijo ante su ex esposa y ante Helenita. Vilma Fuentes, la escritora mexicana y parisina, acaba de contar en La Jornada, la extorsión “en broma” de Laura Helena, quien la hizo creer que su madre se había suicidado para hacerse de un dinerito dizque para el entierro. Se salió con la suya.

Y me callé lo más desagradable: la ingratitud patológica de Elena Garro, ávida de dinero que su hija hacía desaparecer en horas, lo cual provocaba nuevas y urgentes peticiones de auxilio. De Gabriela Mora, la primera estudiosa de su obra al difunto José María Fernández Unsaín, jefe sindical de los “escritores” de México, todos absolutamente todos, le dieron la espalda por mal agradecida. Tan pronto recibía ayuda o simpatía, la Garro se lanzaba sobre las páginas de su diario a injuriar a su benefactor. No en balde, la profesora que expolió a los Garro terminó abucheada en Bellas Artes por la propia Laura Helena, en su última aparición pública. Así son las pécoras.

Aquellas profesoras, incapaces de distinguir al demonio socrático del diablejo de los cristianos, que han hecho de la Garro su Diosa Blanca y de Paz, el Príncipe de Este Mundo, habrían de darse una vuelta por Princeton y ver con sus propios ojos, lo que de propia mano escribía Garro, no de Paz y de sus muchísimos ex amigos, sino de quienes la querían y la procuraban. Sí, dije que ella fue nuestro Céline y lo dije con admiración. En su pintoresca escala, nadie como Elena Garro jugó tanto con el Mal entre nosotros y no es sorprendente que del embrujo salieran novelas notables. La literatura y el Mal se las truenan.

Es probable que la chismografía literaria aburra al respetable y por ello de este asunto salto a otro: la infantilización de los universitarios. Así como acá no hay manera de convencer a ciertas idólatras de la maldad de su diosa, en Estados Unidos se fundan “zonas de confort” en las universidades para que los estudiantes hipersensibles reciban alertas cuando ronda el campus algo repugnante. Si viene un profesor propalestino, se invita a los defensores de lsrael a ausentarse. O al revés. Las ultrafeministas son prevenidas cuando se aproxima alguna discípula de Camille Paglia: ahuecan el ala y se concentran en sus lecturas de Judith Butler. Quienes insisten en la compatibilidad del Islam con la democracia, deben alertar a las autoridades universitarias para que sus tesis no resulten traumáticas para los discrepantes.

Hemos hecho, tal cual lo estudió hace años Pascal Bruckner, del joven adulto occidental, bien educado y mejor nutrido, un niño desollado incapaz de escuchar aquello que pone en duda sus opiniones: para él no hay verdades comunes a toda la humanidad, sino valores particulares, intelectuales o morales, de naturaleza religiosa. Es el inesperado resultado del relativismo cultural crecido al amparo de las democracias occidentales: la universidad amenazada como el sitio natural de la disidencia, la crítica y la polémica. Quienes descreen de la teoría de la evolución de Darwin o del amor pánico de Elena Garro por el régimen de Díaz Ordaz se librarán de ver, de escuchar o de oler siquiera cualquier cosa que irrite o maltrate sus convicciones. De nada sirve remitirlos a las pruebas pues lo suyo es una fe ciega. Las vacunas son malas y punto.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses