La Segunda Guerra Mundial confrontó a la civilización con el espectro del expansionismo que se creía superado desde la firma del Tratado de Versalles. Constituyó, además, el retorno del chovinismo al escenario internacional. La gran mayoría de quienes participaron en ella lo hicieron infatuados por el fervor patriótico. La carta del nacionalismo jugó un papel decisivo, tanto en el campo de batalla como en el terreno moral. Así, artistas, intelectuales, deportistas y gente de diversos gremios, decidieron alistarse. Por los aliados, fueron al menos tres los famosos que perecieron en siniestros aéreos.

Uno de ellos fue el actor inglés Leslie Howard, quien había llegado a la cumbre de su carrera luego de interpretar a Ashley Wilkes en Lo que el viento se llevó. En el desarrollo de la conflagración, Howard fungió como agente propagandístico para la inteligencia británica. Luego de una visita a España se trasladó a Lisboa para volar a su patria. Apenas despegó, un grupo de aviones caza derribaron la aeronave. Esto ocurrió la tarde del primero de junio de 1943. Las investigaciones arrojaron que hubo una confusión, pues el blanco del ataque era Winston Churchill, quien también viajaría de Portugal a Inglaterra luego de su visita a Gibraltar. El propio Churchill relató el incidente: “Como se había hablado mucho de mi presencia en el norte de África, los alemanes estuvieron más alerta que otras veces, lo que tuvo como consecuencia una tragedia que me produjo mucho desasosiego. Cuando un vuelo comercial estaba a punto de despegar del aeropuerto de Lisboa, subió a bordo un hombre grueso fumando un cigarro, que tomaron por un pasajero. Entonces los agentes alemanes informaron que yo iba a bordo. (…) de inmediato se ordenó la salida de un avión de guerra que abatió sin piedad al avión indefenso. Murieron [todos los] pasajeros, entre ellos el conocido actor (…) Leslie Howard, cuya gracia y talento conservan para nosotros las numerosas películas en las que intervino”.

Antoine de Saint-Exupéry, autor de El principito, también conoció un trágico final. Pese a que ya había sufrido un accidente aéreo, Saint-Exupéry siguió colaborando en misiones de apoyo a la invasión a Normandía. Corría la mañana del 31 de julio de 1944 cuando se perdió el contacto con él. Pronto se supo que se había estrellado, en un principio por causas desconocidas, hasta que un excombatiente alemán declaró haber sido quien lo derribó. El propio Saint-Exupéry perfiló el rostro tétrico del conflicto armado: “Esta semana ha vuelto una misión de cada tres. (…) Si nos contamos entre los que vuelven, no tendremos nada que narrar. He vivido aventuras en otras ocasiones como la creación de las líneas postales, la disidencia del Sahara, América del Sur… Pero la guerra no es una verdadera aventura. (…) La aventura descansa sobre la riqueza de los lazos que establece, de los problemas que plantea, de las creaciones que provoca. No basta, para transformarla en aventura comprometer en ella la vida y la muerte. La guerra no es una aventura, la guerra es una enfermedad”.

El último de los personajes de este recuento es Joseph Joe Kennedy Jr., primogénito de la afamada familia de Massachusetts y en quien estaban puestas expectativas presidenciales. Se enlistó en 1942, luego de certificarse como piloto de combate. Participó en 30 misiones y alcanzó el grado de teniente.

El 12 de agosto de 1944, buscando implementar un sistema de detonaciones a distancia, Kennedy se ofreció para pilotear un avión, armar una bomba y verificar el curso, hecho lo cual debía saltar en paracaídas. “No abuses de tu suerte”, le había dicho su padre. Todo marchaba según el protocolo, hasta que una descarga inesperada activó los explosivos. El hermano de JFK falleció con apenas 29 años.

El mayor drama que cimbró el siglo XX añadió a nuestro imaginario una dimensión de la tragedia ajena a la dialéctica de vencedores y vencidos. Ni la esperanza de heroísmo que cultivó Casablanca, con la conmovedora escena en la que el protagonista ayuda a huir a la mujer que ama y a su esposo en un aeroplano hacia la libertad, sacrificándose, bastó para ahuyentar la fatalidad, la cual se convirtió en una sombra que no ha dejado de acechar al género humano.

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