Recientemente ocurrió un incidente poco común en Twitter: el filósofo holandés Rob Riemen figuró entre los temas más comentados de nuestro país con motivo de su visita y de una entrevista que concedió para uno de los noticieros matutinos con mayor audiencia. Lo que hizo aún más llamativa su aparición en la lista de tendencias fue que ésta coincidió con el día en que la selección mexicana de futbol disputó la semifinal de la Copa Confederaciones con su similar de Alemania.

El vínculo entre el intelectual y los medios masivos de comunicación ha sido recurrente motivo de controversia, toda vez que la naturaleza exegética del trabajo del primero contradice la pretensión de actualidad e inmediatez que caracteriza a los segundos. A diferencia de la prensa escrita —que también limita la extensión discursiva—, el formato televisivo ha sido de los más cuestionados en lo que respecta a los contenidos culturales.

Por lo anterior, sorprende no solo que Riemen haya estado en el citado informativo de la televisión abierta, sino que además lo haya hecho siendo fiel a las ideas que ha defendido como un preservador del humanismo, un pensador que postula el cultivo y el cuidado de la virtud como antídotos contra la barbarie, que todavía considera que el diálogo con el pasado puede agrietar las adustas fronteras de los totalitarismos, alguien que encuentra en la filosofía una forma de veridicción. Este gesto de valentía reitera que la visibilidad mediática no necesariamente condiciona el rigor.

En México, durante la década de los 50, José Vasconcelos encabezó el programa Charlas mexicanas, uno de los más apreciados por los televidentes de la época, en el cual se discutían temas de actualidad lo mismo que de índole histórica. Habituado a las conferencias, el maestro comentó que le entusiasmaba poder dirigirse a millares de espectadores; además, observó que los representantes de los círculos académicos debían adaptarse a las nuevas circunstancias comunicativas y aprovecharlas.

Décadas más tarde, Octavio Paz se convirtió en el pensador mexicano más mediático. Durante casi una década intervino como comentarista en Televisa, principalmente con Jacobo Zabludovsky, ejercitando así una faceta crítica que involucraba el acontecer artístico y político. La fama de Paz lo hizo blanco de muchísimos detractores, quienes lo acusaban de estar al servicio de los poderes fácticos, aun cuando gran parte de sus intervenciones pretendían mesurar el fanatismo ansioso de justificar las tiranías latinoamericanas. Curiosamente, buena parte de quienes lo vilipendiaron, hoy aparecen a cuadro como opinadores.

Uno de los autores que también incursionó con ahínco en la pantalla fue Juan José Arreola. El lirismo y la elocuencia que lo caracterizaban le granjearon admiración y burlas en igual proporción; lo cierto es que su figura fue parodiada en múltiples ocasiones. Su carisma también lo llevó a participar en programas de variedad, en uno de los cuales protagonizó un desencuentro con una cantante juvenil.

La lista de los intelectuales que han aparecido en la televisión es copiosa y congrega nombres adscritos a distintos frentes ideológicos. Ahora que las posibilidades de transmisión están al alcance de cualquier persona con un dispositivo móvil se han multiplicado las opiniones, aunque la acumulación no es sinónimo de calidad.

Garantizar la comparecencia de la intelectualidad en los medios permite mantener vivas en la imaginación colectiva preguntas que, como establece Riemen, son fundamentales y cuya respuesta ha dejado de ser evidente: ¿Cuál es la esencia del ser humano? ¿Qué valores ha de salvaguardar la sociedad? ¿Qué papel está llamada a desempeñar la cultura en los tiempos que corren? ¿Cuál ha se der el cimiento moral de la existencia?.

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