El Regreso de la URSS, controvertido texto en el que André Gide cuestionó las entrañas ideológicas del comunismo estalinista, se dio a conocer en el continente americano el mismo año de su publicación (1936) por dos vías: EL UNIVERSAL lo difundió por entregas, mientras que SUR, la emblemática editorial argentina dirigida por Victoria Ocampo, preparó una edición íntegra acompañada por un breve texto introductorio: “A quien dirigimos esta traducción es al lector desinteresado y con quien contamos es con él. Llamamos lector desinteresado al hombre que tiene hambre y sed de verdad y no hambre y sed de argumentos en pro o en contra de una causa determinada”.

En el centro de la controversia, el libro significó para Gide, entre otros agravios, su exclusión del Segundo Congreso de Escritores Antifascistas en Defensa de la Cultura, que se celebró en España en 1937 y que se convertiría en uno de los de mayor trascendencia intelectual de la primera mitad del siglo XX. Su ausencia fue muy notoria debido al protagonismo que había ganado dos años antes, pues había sido la figura central del primer congreso celebrado en París.

Gide ya había dado muestras de su independencia intelectual al negarse a formar parte del Partido Comunista Francés, mismo que lo veía como un incómodo y mordaz “compañero de viaje”. Manuel Aznar Soler refiere que en la reunión se percibía una consigna tácita contra el francés, pues éste no se conformó con relatar sus impresiones sobre la vida en el Estado federal marxista-leninista más grande del mundo, también respondió a sus críticos en un nuevo volumen que tituló Retoques a mi regreso de la URSS (1937).

Este segundo libro, escrito al calor de los apasionamientos desatados por el primero, fue mucho más severo. En él exhibió, apoyados en cifras, los datos que a su parecer constataban el fracaso del modelo soviético. Pobreza extrema, falta de educación, burocratización y estratificación social fueron los tópicos sobre los cuales se extendió para responder a quienes habían descalificado sus conclusiones con ligereza o intenciones dogmáticas.

En el marco del congreso, fue José Bergamín —quien se decía amigo de Gide y a quien este último calificó de “ejecutor” en su Diario— el que se alineó con mayor beligerancia al comunismo ruso y, a nombre de todos los asistentes, aseguró que el libro era injurioso, oportunista e insolidario, por lo que debía ser rechazado por todos los militantes.

Otra de las reacciones más agresivas provino de José Mancisidor, el presidente de la delegación mexicana, quien organizó una respuesta colectiva por medio de un folleto que tituló “Romain Rolland, Lion Feuchtwagner, José Mancisidor y Egon Erwin Kisch contra André Gide”, en cuya nota editorial se asentó: “En el momento en que el pueblo español se defiende heroicamente contra el fascismo internacional, en el momento en que solamente dos naciones en el mundo, Rusia y México, están conscientemente del lado de la España leal, (…) el gran escritor socialista francés (…) no encuentra algo mejor que hacer sino publicar un libro en contra de la Unión Soviética, dando así material político e ideológico a los propios fascistas”.

Iliá Ehrenburg. máximo representante soviético en el evento, recordó en sus memorias que, recorriendo las calles de Madrid, sostuvo una conversación con Julien Benda, quien le dijo acerca del affaire Gide: “Sus amigos conceden excesiva importancia a André Gide. Nunca ha escondido su desdén por el racionalismo, así que es un inconsecuente. Creyeron en su valor social, hicieron de él un apóstol y ahora lo excomulgan. Es ridículo (…) Gide es un pajarillo que se ha construido un nido en tierra de nadie”.

En su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura en 1947, Gide aseguró que el reconocimiento no era para su obra, sino para “el espíritu independiente que la anima, ese espíritu que en nuestro tiempo enfrenta ataques por todos sus flancos”.

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