El presidente Enrique Peña Nieto está a 23 meses del final de su mandato. A estas alturas, está claro que no será recordado como un gran reformador del sector seguridad o como el hombre que pacificó al país. Pero su legado podría ser rescatable si escoge sus batallas cuidadosamente y centra sus esfuerzos en objetivos pequeños, pero alcanzables.

¿De qué tipo? Van algunas ideas:

1. Seleccionar explícitamente a una banda criminal particularmente violenta y desmantelarla totalmente. Yo elegiría a alguna de las bandas en disputa en Guerrero (Los Tequileros, Guerreros Unidos, Los Rojos, etcétera), pero otras de otros estados podrían funcionar igualmente. El punto sería enviar un mensaje: una banda que cometa ciertos actos particularmente atroces (digamos, desaparecer a 43 estudiantes) será sometida a una persecución feroz que la pondrá en clara desventaja competitiva frente a sus rivales menos violentos. Con el tiempo, eso podría producir algún efecto disuasivo para otras bandas.

2. Designar a una o dos ciudades importantes para una intervención de tamaño similar a la que experimentó Ciudad Juárez entre 2010 y 2012. Hay que olvidarse de pequeñas operaciones en 50 ciudades. Hay que ir por un vuelacercas en un par de lugares. Eso podría incluir más tropas federales, un gran despliegue de programas sociales, y amplias transferencias para una rápida transformación de las instituciones locales de seguridad y justicia. Yo elegiría Acapulco, pero cualquiera que sea la localidad seleccionada, habría que actuar a escala suficiente para hacer visible un cambio en menos de dos años.

3. Aumentar el tamaño del sistema penitenciario federal. En este momento, aproximadamente un tercio de todos los reos federales (alrededor de 14 mil) están en reclusorios estatales. Esa es la causa de muchos problemas en los estados, incluyendo incidentes como la masacre en la prisión de Topo Chico, Nuevo León, hace algunos meses. Por fortuna, el objetivo de tener a todos los reclusos federales en prisiones federales no está lejos. Simplemente requiere acelerar el proceso de construcción y equipamiento de algunas prisiones federales adicionales.

4. Invertir en la recopilación de datos y en la evaluación de programas. Es una forma muy barata de crear un legado duradero. Esto podría incluir: a) asignar más recursos al Inegi para ampliar su conjunto de indicadores en materia de seguridad y justicia, b) abrir algunas bases de datos reservados (por ejemplo, datos de incidencia delictiva a nivel de calle), y c) crear una institución similar al Instituto Nacional de Justicia en Estados Unidos, donde se evalúen sistemáticamente las políticas y programas de seguridad y justicia. Nada de eso es particularmente caro o particularmente difícil de lograr.

5. Aprobar el marco constitucional de una reforma policial. Ya no hay tiempo para una transformación completa del sistema, pero sí es posible dejar plasmados en la Constitución algunos principios básicos. El dictamen sobre el mal llamado mando mixto, aprobado en el Senado en junio pasado, tiene muchas deficiencias, pero al menos camina en esa dirección. El presidente Peña Nieto podría gastar algo de capital político para revivir la discusión en la Cámara de Diputados y sacar alguna propuesta razonable antes de fin de año.

Por supuesto, estas ideas no son revolucionarias. No van a alterar la percepción más bien negativa de la población sobre el actual gobierno. Pero, al menos, podrían producir algunas victorias rápidas y equilibrar un poco la narrativa. De lo contrario, este será el sexenio de Ayotzinapa y los 140 mil asesinatos. No es una buena manera de ser recordado.

alejandrohope@outlook.com.

@ahope71

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