En agosto de 2014, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, murieron asesinadas 1,403 personas. En agosto de 2015, el total mensual de víctimas de homicidio doloso llegó a 1,647. Y un año después, en agosto de 2016, se alcanzó una suma de 2,147 personas asesinadas.

El incremento en dos años es de 53%. No habíamos visto nada similar desde la gran oleada de violencia de 2008 a 2011. Al ritmo actual, el país regresará al pico de violencia de 2011 en menos de un año.

¿Qué hay detrás de este fenómeno? ¿Qué está empujando las cifras de homicidio hacia la estratósfera? Nadie lo sabe con precisión. Ni en el gobierno ni en la sociedad. En este espacio, he propuesto algunas hipótesis, ninguna enteramente satisfactoria. Existen asimismo muchas teorías sobre el ascenso de la violencia en la administración Calderón. Algunas tal vez sean pertinentes para explicar la situación actual. Otras tal vez no.

Pero de algo sí estoy seguro: la violencia se alimenta a sí misma. Por dos canales. En primer lugar, la violencia homicida puede detonar una cadena de venganzas recíprocas ¿Matas a mi hermano? Mato a tu primo. Matas a mi madre. Y así nos vamos.

En segundo término, se genera un fenómeno que Mark Kleiman, un destacado criminólogo y analista de política de drogas estadounidense, ha denominado como enforcement swamping (una mala traducción sería desbordamiento de la autoridad).

¿Qué significa eso? Muy sencillo. La capacidad de persecución y castigo del Estado es constante en el corto plazo: hay los policías, los fiscales y las prisiones que hay. Y eso significa que en cualquier momento dado se puede lidiar sólo con cierto número de delitos. Si, por cualquier razón, ese umbral se traspasa, la probabilidad de sanción disminuye. Y como disminuye, hay más delitos. Y como hay más delitos, el riesgo de castigo baja aún más. El mecanismo es un bucle de retroalimentación.

Este modelo tiene dos implicaciones de primer orden. La primera es que el equilibrio presente puede ser resultado de un accidente histórico: en un país, ciudad, colonia o calle, puede haber un número alto y creciente de homicidios, porque en algún punto en el pasado, por razones circunstanciales, hubo algunos homicidios. La segunda es que una serie de factores coyunturales puede alterar rápidamente un equilibrio de baja violencia.

Eso suena aterrador (y lo es). Pero, para nuestra fortuna, la naturaleza misma del fenómeno delinea la ruta de solución: si la violencia ha crecido al amparo de la impunidad, reducir la impunidad puede revertir el proceso. Ese objetivo se puede lograr por dos vías: primero, transformando nuestras instituciones de seguridad y justicia, aumentando su capacidad para proteger a los inocentes y castigar a los culpables. Segundo, actuando estratégicamente con los recursos que tenemos, estableciendo prioridades y pintando rayas en la arena.

Eso no es fantasía. Ya ha sucedido en lugares como Ciudad Juárez o Monterrey, donde los homicidios disminuyeron 80% o más en dos años. Podría suceder en más si empezáramos a reconocer el problema y a darle la prioridad que amerita. Mientras eso no pase, tendremos que seguir reportando cifras de miedo.

EN OTRAS COSAS. Ya lo dije la semana pasada, pero vale la pena recalcarlo. Hay que poner mucha atención a los resultados de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (Envipe) que publicará mañana Inegi. Según he podido averiguar, vienen algunas sorpresas (una disminución en la estimación de secuestros) y algunos datos deprimentemente predecibles (una elevadísima tasa de victimización, por ejemplo). Comentamos los datos el miércoles.

alejandrohope@outlook.com.

@ahope71

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