El lunes sucedió algo que muchos pedían, pero casi nadie esperaba: Enrique Galindo fue removido de su cargo como comisario general de la Policía Federal (PF).

¿Qué hay detrás de ese sorpresivo movimiento? No lo sé del todo, pero van unos apuntes iniciales:

1. A veces es bueno equivocarse. En mi columna del lunes sugerí que Galindo estaba atrincherado en la Policía Federal y que no habría manera de quitarlo del cargo antes del final de la actual administración. Erré en el análisis y me alegro.

2. ¿Qué derribo a Galindo? La presión pública. Según he podido averiguar, el hoy ex comisionado estaba firme en el puesto hasta el trágico incidente de Nochixtlán, Oaxaca, en junio pasado. A partir de ese momento, se acumularon las peticiones de destitución, provenientes de líderes sociales, empresarios y comentócratas. El reporte de la CNDH sobre Tanhuato dio el empujón final. Para finales de la semana pasada, la posición de Galindo era insostenible y el secretario de Gobernación, a solicitud de Los Pinos, actuó en consecuencia.

3. ¿Es una victoria para el comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales? Sí y no. Ciertamente no va a lamentar la partida de Galindo. Sus diferencias con el ahora ex jefe de la PF eran públicas y notorias. Pero no se le permitió usar el momento para fortalecer su posición institucional. El anuncio lo hizo Miguel Osorio Chong (siguiendo instrucciones del presidente Enrique Peña Nieto, según dijo) y el comisionado, superior jerárquico inmediato del jefe de la PF, estaba de convidado de piedra.

4. Galindo no quedó descobijado. Su sucesor, Manelich Castilla, pertenece a su círculo cercano. Se conocen desde 2010, cuando Castilla fungió de comisario de la PF en San Luis Potosí y Galindo era secretario de Seguridad Pública estatal. En 2012, ya como jefe de la PF, Galindo nombró a Castilla titular de la división de Seguridad Regional, pero el hoy comisionado duró poco en ese encargo: en agosto de 2013 debió renunciar tras un incidente en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que involucró a personal de la Unidad de Asuntos Internos. Pero cuatro meses después, Galindo lo envió a Colombia como representante de la PF y ocho meses más tarde lo regresó a México para encabezar la Gendarmería. Dado esos antecedentes, nadie debe esperar muchos cambios o una vigorosa revisión de la gestión de Galindo.

5. El relevo en el mando de la PF no modifica en nada la disfuncional relación con la Comisión Nacional de Seguridad. Castilla tal vez tenga mejor química que Galindo con Renato Sales, pero sigue teniendo incentivos para saltarse a su jefe inmediato (por las razones que expuse el lunes pasado). Con toda probabilidad, lo hará a la menor provocación.

En resumen, el relevo es buena y mala noticia. Buena, porque la institución ya no tiene que cargar con el desgaste de un jefe cuestionado. Mala, porque parece haberse desaprovechado una oportunidad para iniciar un proceso de cambio estructural en la PF.

EN OTRAS COSAS. Siguen batiendo los tambores de guerra en Sinaloa. Primero vino el extraño secuestro (y más extraña liberación) de dos hijos del Chapo Guzmán. Ahora, un sobrino de Ismael El Mayo Zambada fue asesinado en las calles de Culiacán. Y en el trasfondo, una intensificación de la violencia: en las dos primeras semanas de agosto, se registraron 53 homicidios en el estado. Muy malas señales, por decir lo menos.

alejandrohope@outlook.com

@ahope71

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