Texto y fotos actuales: Magalli Delgadillo
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Miguel Ángel Garnica

Si la confianza de los clientes era mucha, los repartidores recibían las llaves de las viviendas para dejar la mercancía y entraban hasta la cocina, dejaban el producto, incluso, lo vaciaban en la olla, cuenta don Óscar, repartidor de leche desde hace más de 20 años en su negocio llamado Xaltipa — en la Ciudad de México—. Ahora, los pocos que se dedican a este oficio, ya no gritan: “La lechiiiiii”. Tocan la puerta y dejan las botellas frente a la casa de sus compradores.

Los gajes de este oficio han catalogado de coquetos a estos hombres, por lo cual, se relacionan  con la famosa frase “el hijo del lechero”. Don Óscar cuenta lo que hay detrás del dicho: “Antes, era el hijo del panadero, o carnicero…Después se coló el cartero. En las casas trabajaban muchas jóvenes de provincia y, por eso, cuando resultaban embarazadas, decían: ‘¿De quién es el hijo?’ Si no es del panadero, es del carnicero y sino, del lechero. ¿Por qué? Uno va a tocar a las casas y abren las muchachas de servicio…”, explica.

El  padre del señor Óscar trabajaba en la colonia Roma hace varias décadas. Platica que ahí—y en distintas zonas de la Ciudad de México— había muchos de estos negocios. La gente iba al rancho a comprar su porción o le pedían al señor del rancho que iba en su camioneta, les vendieran un poco.

El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina

En ese lugar había ranchos y comenzaron a vender los derivados de las vacas: “Ponían un localito para ofrecer su leche. Después, (el dueño) —por la gran demanda— contrató gente (cada uno con un puesto). Vio la gran cantidad de producción, por lo cual, se los vendió a los señores repartidores”. Uno de los compradores fue su papá, quien tiene más de 80 años y ya no labora en este gremio por cuestiones de salud.

Los lecheros vendían en sus puestos o iban de casa en casa pregonando su mercancía. Quizá era la moda, pero seguramente muchas personas les era más cómodo escuchar un grito para,después, salir por la bebida fresca que ir por ella hasta el expendio. Gracias a eso, los repartidores a caballo, bicicleta o caminando se hicieron famosos.

El reparto de la leche no era indispensable, pero se volvió necesario para la comodidad de las personas. Ahora, la mayoría de la gente prefieren comprar todo en el súper con vales, por ser más práctico.

El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina

Los antiguos centros lecheros en la CDMX

El 5 de noviembre de 1946, EL UNIVERSAL publicó la nota “Sueño realizado: leche que es leche”, en donde se dio a conocer la inauguración de la planta rehidratadora, Lechería Nacional S.A. —ubicada en Azcapotzalco—, desde la cual  se distribuiría “leche de absoluta pureza y magnífica calidad”. De acuerdo con la nota, el Gobierno del Distrito Federal afrontaba el problema de la poca extracción de esta bebida. Los establos locales no cubrían la demanda. Las autoridades pretendían incrementar la producción.

Portales, Santa Úrsula y Villa Coapa eran algunos lugares de mayor producción. Según una publicación de EL UNIVERSAL, “Villa Coapa y sus alrededores” (28 de febrero de 2016) en La Hacienda de Coapa en Tlalpan, reconocida como uno de los lugares de mejor ganado, era el centro de reparto de leche a los alrededores.

Ahí, se encontraba una hacienda enorme, “en su momento la más grande de la zona”, donde había “distintos establos y ranchos dentro del mismo terreno, como el de Ramón Díaz y Hermanos, y el del famoso ganadero don Pedro González Fernández”, según la misma nota.

Incluso, en ese lugar se fundó la Escuela Nacional Preparatoria número 5 de la UNAM, y su mascota es un animal bovino en honor a la historia lechera de ese sitio. “La casa grande se encontraba en las inmediaciones de la actual Prepa 5. Todavía por la Calzada del Hueso se pueden ver restos de la troje”, según el mismo texto.

Con el surgimiento de empresas como Lala en 1949, Alpura en 1970 y Santa Clara en 1924, entre otras, estos centros fueron despareciendo y con ellos los repartidores de leche.

Otro lechero es David Munguía quien cuenta que a la gente le gustaba la leche con nata, pero hace unos 40 años “algunos lecheros tramposos la rebajaban con agua” para sacar más litros. Actualmente se descrema para obtener queso y crema, “pero ahora ya no se rebaja con agua porque se notaría y se vería como agua”. A pesar de que se descrema sigue haciendo nata, pero menos que antes, dice.

El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina

El oficio lleno de anécdotas

Don Óscar comenzó esta labor por obligación, cuenta: “A mí no me gustó. Fue a fuerza. Yo estuve en la universidad estudiando ingeniería mecánica. Mi papá tuvo un accidente y me puse a trabajar, pues él era el único sostén de la casa. Se recuperó y volvió al negocio, pero yo ya no regresé a estudiar (…).Ya después le agarré el gusto al trabajo”.

En este oficio de ir, venir, entrar en las casas para dejar el producto e interactuar con las personas, a estos personajes les ocurren cosas chistosas y raras. Don Óscar, un hombre alto y robusto,  recuerda cuando, en horas de trabajo, fue cortejado por un joven, quien era trabajador doméstico.

En uno de los domicilios, donde solía dejar mercancía, vivía una señora.  Ahí, los quehaceres domésticos no los realizaban chicas, sino muchachos gays. Un día, como otros tantos, don Óscar entró y el joven trabajador estaba dentro, pero el señor Óscar no se había percatado de eso. Dejó la leche. Él narra:

—De repente, escuché un ruido: quik, quik. Me encerró con él. Ya sé lo que sienten las mujeres cuando son acosadas. ¡Qué feo se siente! Se acercó y me dijo: ‘Oye, siempre me has gustado’. Respondí: ‘Pero tú a mí no’. Te la voy a poner muy fácil, preséntame a unas amigas y ya después, lo que quieras’. ‘¿De veras?’”, dijo aquel joven, “mientras yo abrí la puerta. ¡Hasta suspiré!”, recuerda el entrevistado.

Después de eso él sólo regresó a la casa por las tardes, cuando la señora se encontraba. Quien lo hubiera encerrado, ya sólo se lo veía de lejos, sin decir ni hacerle nada.

En este oficio ocurren situaciones extrañas que lo hacen especial. Don Óscar continúa con las anécdotas. Él cuenta cuando, en otra ocasión, le distribuía a una señora en la calle Puebla. Llegaba y gritaba: “¡La lecheee!”. La puerta estaba abierta. Caminó por el pasillo, hacia su departamento. Llegó y se metió para dejar las botellas y relata: “La encontré haciendo su quehacer desnuda”. Él se pasó y le dijo:

—Señora la le... ¡Ay, señora!
—¿Qué hace, joven?
—Pues nada.
—Voltéese— dijo la mujer.

Después supo que era una vedette y “sí, pues tenía bastante cadera. Yo cuando la vi, tenía las piernas muy gordas, pero en fin. Decían, era una bailarina. A lo mejor, a lo lejos, se veía bien, pero ya de cerquita… Sería muy vedette, pero no estaba muy guapa”.

Un día de trabajo

¿De a cómo el litro? ¿A 1.20? La canción de los Hermanos Záizar recita el precio: 1.20. Las cosas han cambiado. Ahora, repartir botellas con leche se ha vuelto poco común, incluso “el perfil” de los clientes se ha trasformado.

En Xaltipa la clientela se divide en dos tipos: negocios (juguerías y algunos restaurantes) y a domicilio. Las labores en este lugar comienzan desde las 5:00 de la mañana, cuando llega el señor David Munguía.

Don David, quien vive en Iztapalapa, rebasa los 40 años; de ellos, ha dedicado 34 a este trabajo. Él empezó en esto gracias a su papá.

El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina

Este hombre monta su bicicleta. Toma el manubrio. Pedalea hasta llegar a las loncherías y a Las Brujas, Las Banquitas, El Buendía y otros negocios de comida, donde deja la bebida fresca. Regresa a Xaltipa por otros pedidos.

Aquí, los repartidores no tienen uniforme y llegan a la hora que los clientes de cada uno lo solicitan. Cada uno de los ocho proveedores “de planta” toman su bicicleta con carrito integrado —donde pueden cargar de 12 a 16 cajas—, toman el manubrio y pedalean, rumbo a su destino: en la colonia Roma —donde se ubican—, la Condesa, Chapultepec, Obrera, del Valle, incluso, Iztapalapa.

En total, el señor David entrega cerca de 20 o 15 litros —cada uno es vendido a 15 o 18 pesos—entera o descremada, según la petición—. Ellos pueden ganar de uno a ocho pesos por litro.

Todos los días, el hombre de delgada figura recorre cerca de 15 kilómetros para llevar parte del desayuno o la cena. Lo más agradable de este oficio para él es “platicar con las personas, el trato con la gente”, pues gracias a eso, le siguen comprando y su “cartera de clientes” se amplía: “No es lo mismo llegar con tu cara a tener una sonrisa y decir: ‘Buenos días. ¿Cómo está? ¿Qué tal el día? ¿Cuántos litros le dejo? Hasta luego’”.

A las nueve o diez de la noche, los camiones con mil o mil 200 litros llegan a la puerta de Xaltipa — uno de, por lo menos, cuatro centros de distribución en la Ciudad de México—. La mercancía proviene de dos ranchos, uno ubicado en Texcoco y otro en Querétaro. El lácteo es pasteurizado en Cuautitlán Izcalli y después, llevado a Xaltipa. Don Óscar espera la descarga de la mercancía para repartirla al siguiente día.

Todo esto vale la pena, a pesar de los pocos asiduos a consumir lo natural. Así, lo más complicado es el crecimiento de compradores, platica Óscar. Sigue con la declaración: “Antes se renovaban los clientes, te salían diario o cada semana. Ahora, se te cae uno y para que salga otro… por lo mismo, mucha gente compra de cartón, pues en su compañía les dan vales y prefieren gastarlos en la despensa y no pagar aparte. Esa es la pequeña diferencia”.

Los clientes “nuevos” a veces pueden surgir por la recomendación de otros clientes, sin embargo, es poco probable el incremento de consumidores, como menciona don Óscar.

La razón, por la cual, don Óscar y el señor David creen que las personas les siguen comprando es la siguiente:

—Por la tradición. La gente cuando la ve, dice: ‘Ah, mira, la leche de antes. Todavía existe. Dame un licuado’.

Don Óscar opina: “Esa no es leche. Alpura, Lala… son recolectoras, no tienen ranchos. Ellos te compran el litro a tres pesos, esté buena o cortada. De lo que se echa a perder, hacen la leche. Es puro suero. Con los químicos, le ponen saborizante. La gente nos compra por ser de rancho. Incluso, hasta huele. Por eso nos siguen mucho las niñas y niños”, bromea.

El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina

El 5 de noviembre de 1946, EL UNIVERSAL publicó la nota “Sueño realizado: leche que es leche”, en donde se dio a conocer lo siguiente: “desde ayer cuenta la Ciudad de México con leche de absoluta pureza y magnífica calidad”. De acuerdo con la nota, el Gobierno del Distrito Federal afrontaba el problema de la poca producción de esta bebida a través de una planta rehidratadora, pues los establos locales no alcanzaban a cubrir la demanda. A través la organización Lechería Nacional S.A. —ubicada en Azcapotzalco—, las autoridades pretendían  incrementar la producción.

Cada vez es más extraño encontrar a estos personajes en las calles de la Ciudad de México, pues los pequeños productores están desapareciendo. Incluso, algunos lugares con zonas rurales como en Tláhuac, Milpa Alta, Xochimilco y Cuajimalpa, no cuenta con un registro de información sobre ellos.

De acuerdo con información proporcionada (por cada una de las delegaciones) a EL UNIVERSAL, en la primera demarcación no se tiene una lista actualizada; en la segunda (Milpa Alta) no existe una base de datos, pues, prácticamente, ya no hay quien viva de ordeñar vacas; en Xochimilco y Cuajimalpa tampoco hay registro, los únicos tres hombres que se dedicaban a ordeñar y vender, en esta última, murieron y sus hijos no siguieron con el negocio.

Ahora, algunas de las granjas que “sobreviven” se encuentran en Querétaro y Texcoco. En Cuautitlán todavía hay restos de lo que, alguna vez, fue un lugar lleno de vacas para ser ordeñadas. Hoy, sólo se encargan de pasteurizar y colocar la leche en botellas de vidrio o bolsitas, las cuales dicen “Xaltipa” y debajo del nombre “Hace nata”.

¿Qué hacen ante la crisis?

“Antes se comía más sano”, dicen los abuelitos y tienen razón, pues en sus mesas siempre había verduras, carne y lácteos sin conservadores. Hoy en día, a pesar de la competencia de las grandes empresas al ofrecer productos “naturales”, al final, siempre pasan por procesos químicos para añadir el color o sabor deseado.

Esto afecta a los micro negocios familiares, quienes con pocos recursos, aún ofrecen alimentos de calidad casi al mismo precio de las cadenas industriales.

Xaltipa está unido a Red Maceta, una iniciativa y “plataforma donde puedes comprar, de manera transparente, alimentos locales, orgánicos, producidos responsablemente por manos 100% mexicanas. Red Maceta busca eliminar intermediarios para asegurar el mayor margen de ganancia de los productores, quienes muchas veces se ven afectados por las grandes industrias”, de acuerdo con el portal MX-DF. En esta organización se intenta ofrecer todo a un precio justo.

Por su parte, los productores independientes o quienes no se encuentran unidos a alguna organización subsisten de otra manera. En Milpa Alta reside la familia Cruz Romero. Ellos han vivido del campo y sus animalitos desde siempre. Raúl Cruz, hombre de aproximadamente 60 años, platica que su papá le heredó el negocio de vender lácteos. Él heredó el gusto de su padre, don Aureliano, por el campo.

Todo inició con una vaca comprada en San Juan Ixtayoapan, Tlalpan por su progenitor “Iba bien el negocio. Incluso, venían de Mixquic, San Nicolás Tetelco, San Lorenzo a vender al mercado de Milpa Alta”.

Recuerda cuando en la casa de su papá él tenía 25 cabezas en la década de los 60, de las cuales ordeñaban hasta 200 litros diarios, y ganaba 400 pesos. Ahora, tienen siete, pero sólo dos producen leche. Las demás son chicas o viejas.

El lechero entraba, literal... hasta la cocina
El lechero entraba, literal... hasta la cocina

De acuerdo con la familia, la delegación no les ha proporcionado ningún tipo de ayuda y doña Ricarda Romero, esposa de Raúl Cruz,  menciona la dificultad para vender todo. Antes de disminuir la cantidad (200 litros) de esta proteína en líquido, le sobraban más de 70 litros. Por lo cual, comenzaron a sembrar verduras y frutas para comerciarlas, pues lo primero ya no era negocio.

Ahora sólo vende 10 litros todos los días, mismos que ofrece afuera del mercado. Si hay sobrante, ella lo utiliza para hacer gelatinas, flanes, rompope, cajeta y chongos zamoranos. Así, no desperdicia nada y le da variedad a quienes consumen.

Después de 31 años de vender afuera del mercado, doña Ricarda ha sido testigo de la disminución de vendedores de este tipo: de 17 que eran, pasaron a ser la única familia, por lo menos, en la zona cercana al Mercado Benito Juárez (reinaugurado en 2014).

La cantidad para alimentar al ganado no era tanto como ahora: el bulto de salvado costaba 15 pesos y una paca de alfalfa, ocho. Actualmente, compran el salvado en 180 pesos el costal de 40 kilos; la alfalfa en 70, con 20 kilos y el maíz en 200 con 40 kilos. La familia afirma: “es difícil mantener a los animales”. La ventaja de esta familia productora es que ellos mismos siembran en un terreno y pueden reducir costos.

El negocio de la familia es regulado por la SAGARPA (Secretaria de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural Pesca y Alimentación). Cada seis meses personal de la institución acude a su hogar para revisar la salud de las vacas —identificadas por un número— y así, evitar enfermedades como mastitis (inflamación en las glándulas mamarias), tuberculosis o  brucelosis (enfermedad infectocontagiosa transmitida del bovino al humano vía oral, cutánea, venérea). Además de supervisar su la alimentación.

Issac y su hermana,  hijos de don Raúl y doña Ricarda, piensan seguir con el trabajo de sus padres: ella estudió ingeniería en alimentos y él estudia para ingeniero agropecuario. La familia planea realizar más productos a base de lácteos. Por su parte, don Óscar y don David Munguía, platican que sus hijos no piensan seguir con este empleo. Ellos se preocupan por el ahora y también por el futuro de su trabajo, pero no pueden hacer nada para continuar con esta tradición.

En la Ciudad de México— colonia Roma— todos los días recogen las botellas con leche, suben su bicicleta, toman el manubrio, pedalean y comienzan su recorrido, así: “Se va el lechero ¡Se va gritando! Se fue el lechero ¡Se fue cantando!”.

Fotos antiguas: Archivo EL UNIVERSAL y Colección Villasana-Torres

Fuentes: Archivo EL UNIVERSAL. Entrevista con el señor Óscar, encargado principal de lechería Xaltipa. Entrevista con David Munguía, lechero. Entrevista con el señor Raúl Cruz  y la señora Ricarda Romero, productores de leche en la delegación Milpa Alta. Información sobre datos de la delegación Tláhuac, Xochimilco, Milpa Alta y Cuajimalpa. Canción “El lechero”, interpretada por los Hermanos Záizar.

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