Hay 156 millones de jóvenes entrando al mercado laboral en América Latina y el Caribe que representan el 20 por ciento de la población, el porcentaje más grande en la historia de la región. Esta cosecha abundante de jóvenes trabajadores, que se benefician de un contexto demográfico en el que hay menos bebés para alimentar y menos jubilados para mantener, puede ser un poderoso motor de crecimiento económico.

Americas Quarterly (AQ) resolvió seguir de cerca durante ocho semanas la vida cotidiana de cuatro jóvenes en diferentes esquinas del continente: Guadalajara, Lima, Río de Janeiro y San Salvador, para ser testigos de sus ambiciones, sus sueños y los obstáculos a los que se enfrentan. Lo que vimos nos llenó de esperanza, pero también nos hizo ver que muchos de los obstáculos que enfrentaron los padres de los jóvenes de hoy, todavía están atravesados en su camino: el acceso desigual a recursos, sistemas educativos inflexibles y mal diseñados, gastos del gobierno que favorecen a los más viejos y a los más pudientes, y falta de trabajos en la economía formal.

Aunque la tasa de desempleo para los jóvenes en América Latina mejoró de manera sostenida durante la década del 2000 y llegó a caer al 14.6 por ciento en 2013, ha empezado a aumentar de nuevo. En 2016 ya estaba en 16.8 por ciento, el triple del desempleo que afecta a las personas de mayor edad. Más grave todavía, un tercio de quienes trabajan lo hacen en el sector informal, estancados en empleos sin futuro, con salarios bajos y sin prestaciones. En El Salvador, el 50 por ciento de los jóvenes están en esa situación.

El número de jóvenes que estudia está aumentando, pero muchos están matriculados en programas que no ofrecen las herramientas adecuadas o que no tienen flexibilidad para acomodar a los estudiantes que también trabajan. La deficiencia en el transporte público le roba a los jóvenes importantes horas de estudio o de sueño. Barrios plagados de inseguridad no hacen sino aumentar el problema.

Los gobiernos no están haciendo lo suficiente para cumplir con sus responsabilidades. Es el caso, por ejemplo, del gasto en pensiones. Países como Brasil y Uruguay invierten mucho más en beneficios para las personas mayores (11.4 por ciento y 13.4 por ciento del PBI, respectivamente) que el promedio de 8 por ciento que gastan los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, un club de países en su mayoría ricos. Esfuerzos recientes de gobiernos por recortar pensiones y seguridad social, y por reducir los presupuestos para escuelas, vivienda y salud no son precisamente un avance.

Frustrar las expectativas de los jóvenes en Latinoamérica puede salir más caro que invertir en cumplirlas. Para aprovechar este promisorio momento, los gobiernos de la región necesitan con urgencia invertir activamente en los jóvenes: poner a su servicio mejores escuelas, programas vocacionales que les enseñen oficios y profesiones en demanda, intervenciones efectivas que identifiquen y sofoquen las causas de la violencia, mejor transporte público a los lugares de trabajo, estudio, o recreación, y una red de apoyo social para las familias que atraviesan por dificultades.

Factores demográficos y económicos han creado una extraordinaria ventana de oportunidad para la transformación de América Latina. Es una coyuntura que no volverá a repetirse porque inclusive si los precios de las materias primas llegan a las nubes, dentro de una generación el continente comenzará a envejecer como ha sucedido con Europa y América del Norte. Latinoamérica corre el riesgo de envejecer sin haber tenido la oportunidad de enriquecerse.

Los gobiernos que quieran ver sus países crecer, no solo ahora, sino durante las próximas décadas, harían bien en fijarse en los jóvenes, y enfocarse en entender lo que necesitan para ser exitosos. Lo que está en juego es importante, porque las perspectivas de estos jóvenes son en el fondo las perspectivas de toda América Latina.

Periodista y escritora.
De ‘Americas Quarterly’ (AQ) para Grupo de Diarios América (GDA)

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