En el tema ambiental, lo mismo que en todas las propuestas para cambiar la política y la economía estadounidense, a fin de hacer América great again, la brecha entre la mercadotecnia y la realidad cada vez se muestra más amplia. En ningún lugar del planeta esto es más cierto que en Estados Unidos, dado la forma en la que funciona su economía y su política.

Esto es válido para todas las promesas de campaña. Ya sea en el tema migratorio, en el TLCAN, en la construcción del muro, en la relación comercial con China y del libre comercio en general y, por supuesto, también en el tema ambiental. En cada uno de estos campos las propuestas del presidente Trump tienen problemas para ponerse en práctica. Estas propuestas no son sólo del presidente, sino de un poderoso grupo económico y político que, de alguna manera, sintió que no se estaba beneficiando lo suficiente del sueño americano y cuyos representantes, hoy día en las posiciones políticas más relevantes del poder ejecutivo, parecen actuar con un cierto espíritu de revancha, a fin de recuperar el tiempo perdido.

El principal enemigo para las promesas de campaña del presidente es la realidad, así como sus factores de poder. En cada ámbito donde se pretende borrar el pasado, existen poderes, intereses económicos, mercados, desarrollos científicos y tecnológicos, futuros en marcha, opuestos a sus propuestas. Estos son verdaderas fuerzas de poder, con representación política en el congreso, no solo en el partido contrario, sino dentro de su propio partido. Muchos y poderosos grupos se benefician del estado actual de la economía y de los equilibrios de poder con los cuales se encontró el presidente a su arribo al gobierno. Y son estos los verdaderos focos de resistencia, que resultarán decisivos en un desenlace final que no parece ser otro que: cambiar para que todo siga (casi) igual. Las propuestas del presidente no operan en el vacío, se enfrentan y confrontan con otros poderes, en un juego político no controlado por individuos aislados, aun cuando sean miembros del poder ejecutivo, sino por las verdaderas fuerzas que mueven al mundo moderno: el mercado y el poder.

En el tema ambiental, la última medida del presidente para desmantelar el Plan de Energía Limpia del presidente Obama, es un claro ejemplo de la diferencia entre sueño y realidad, y de las fuerzas, igualmente poderosas, que se le oponen, no sólo en el ámbito de la sociedad civil. El ejecutivo puede reactivar las centrales eléctricas de carbón mediante subsidios. ¿Durante cuánto tiempo, siendo una industria obsoleta, superada tecnológicamente y no competitiva? Esta industria no tiene futuro, entre otros, por dos motivos cruciales: por una parte, por el abaratamiento del gas y del petróleo, por otra, por los cambios tecnológicos que han hecho posible un gas y petróleo Shale abundante y barato; cambios que, a su vez, han provocado una verdadera revolución en la generación de energía renovable, principalmente solar y eólica, donde los inversionistas apuestan por ser una verdadera fuente de negocios altamente rentable.

Los principales opositores al regreso del carbón a las centrales eléctricas y a la economía no son tanto los ciudadanos con conciencia ambiental, sino los inversionistas, incluso los de la propia industria del carbón, que se han movido hacia el más promisorio y rentable campo de las energías renovables. Los únicos aferrados al carbón son los antiguos trabajadores mineros pobres, ilusionados por las ofertas de campaña.

Lo cierto es que la reacción mundial por las consecuencias de las medidas antediluvianas del presidente de Estados Unidos, no solo está sobredimensionada, sino que sirve a muchos líderes políticos nacionales, entre otros los de México, para justificar su inacción y su falta de compromiso con la causa ambiental.

El fracaso del Protocolo de Kioto y el destino de los Acuerdos de París no solo dependió, y no solo depende de lo que hizo, haga o deje de hacer Estados Unidos, sino de los compromisos reales de aquellos países que, cuando se trata de firmar acuerdos, lo hacen como parte de un protocolo político, pero que carece de voluntad y de verdaderos instrumentos para su cumplimiento. México es un ejemplo en donde las instituciones no están capacitadas para hacer cumplir las leyes, normas y los compromisos internacionales.

No quiero decir que no importe que Estados Unidos desmantele el Plan de Energía Limpia y otras medidas ambientales, que son la base de los ofrecimientos de Estados Unidos para reducir en un tercio sus emisiones al 2025 en Los Acuerdos de París; ni que sea irrelevante toda su actitud contraria a la protección ambiental; sólo deseo contextualizar y relativizar sus posibles efectos. Para empezar, la sustitución de este plan no podrá ocurrir antes de un año. Por otra parte, las centrales eléctricas de 29 estados de la unión americana operan ya con una parte significativa de energía renovable y estas entidades van oponerse a la nueva política energética. En poco tiempo, la energía renovable generará el 20 por ciento de la electricidad.

Estados Unidos no firmó Kioto, no obstante, en algunos estados se alcanzaron estándares ambientales por arriba de los internacionales. Muchas ciudades europeas, asiáticas y latinoamericanas que si firmaron Kioto se cuentan entre las más contaminadas del mundo. Firmar un acuerdo es una representación política, protocolaria y simbólica; no es un acto necesariamente conducente a acciones congruentes y concretas.

Estados Unidos al menos cuenta con instituciones, poderes y prácticas democráticas más desarrolladas, para contrarrestar la voluntad de cualquier grupo de poder para imponer unilateralmente cualquier proyecto económico, político o ideológico. Por otra parte, las cortes y las calles siempre son un recurso efectivo en manos de los ciudadanos.

Profesor-Investigador de El Colegio de México

@jlezama

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