La globalización es un fenómeno que llegó al mundo para cambiar de manera radical, profunda el modo de vida al que estábamos acostumbrados hasta hace pocos años. Los riesgos que hoy se viven son generalizados, no dependen de las fronteras ni de los acuerdos políticos.

Ulrich Beck, sociólogo alemán, en su importante obra La sociedad del riesgo señala que:

“(…) Hasta ahora, el sufrimiento, toda la miseria, toda la violencia que unos seres humanos causaban a otros se resumía bajo la categoría de los otros: los judíos, los negros, las mujeres, los refugiados políticos, los disidentes, los comunistas, etc. Había, por una parte, vallas, campamentos, barrios, bloques militares, y, por otra, las cuatro paredes propias; fronteras reales y simbólicas tras las cuales podían retirarse quienes en apariencia no estaban afectados. Todo esto ya no existe desde Chernobil ha llegado el final de los otros, el final de todas nuestras posibilidades de distanciamiento tan sofisticadas; un final que se ha vuelto palpable con la contaminación atómica (…).

“(…) Ahí reside la novedosa fuerza cultural y política de esta era, su poder es el poder del peligro que suprime todas las zonas protegidas y todas las diferenciaciones de la modernidad. Esta dinámica, de un peligro que no respeta fronteras, no depende del grado de contaminación ni del debate sobre las consecuencias de la misma, más bien, sucede lo contrario: que toda medición siempre tiene lugar bajo la guillotina de los efectos globales de la contaminación (…)”.

Sin embargo, esta realidad no es reconocida de manera seria por los representantes de los nuevos nacionalismos que cada vez cobran más fuerza en el mundo.

Específicamente el gobierno recién iniciado de Donald Trump insiste con sentido de nostalgia para la clase media y media baja WASP en que el modo de volver a tener las condiciones de prosperidad y la extensión general del sueño americano es a través de encerrarse en sus propias fronteras, generar crecimiento con fuerzas internas y no reconocer problemas globales que están fuera de este alcance, como lo es el cambio climático.

Independientemente de que el gobierno actual de Estados Unidos consiga éxito económico en el corto plazo a través del aumento de la capacidad de consumo por la baja generalizada de carga tributaria y un mayor gasto fiscal en infraestructura, la realidad de los riesgos de naturaleza global que va a tener que enfrentar en el mediano plazo continúan estando en el mismo lugar —o quizás peor— que en el que se encuentran el día de hoy.

El modo en que Estados Unidos logró su grandeza fue exactamente al contrario de las líneas generales de su discurso: fomentando la unidad entre las primeras trece colonias, con una fuerte conciencia ética, respetando el Estado de derecho y construyendo los cimientos de una sociedad abierta. Ese es —por otra parte— el modo más eficaz en el que se pueden aminorar los riesgos globales.

Un planteamiento de política que tiende a la división de la sociedad norteamericana, con una ética semi abandonada, sin respeto por las reglas básicas del Estado de derecho y proteccionista es el modo en que los riesgos globales a los que pretende combatir se vuelven mayores. Al final del camino —demagogia aparte— la realidad termina imponiéndose: América por ese camino no volverá a ser grande.

Rector general de la Universidad Panamericana-IPADE

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