Los distintos periodos y componentes de la historia política moderna de la ciudad de México son justamente lo contrario a las piezas de un rompecabezas: no encajan entre sí a la perfección. Cuando la Constitución española de Cádiz ordenó la elección por los ciudadanos del ayuntamiento de México en 1812, lo hizo en una de las fases más violentas de la guerra de Independencia; cuando en 1903 Porfirio Díaz legisló para anular el espíritu municipalista heredado de Cádiz, lo hizo apenas unos años antes de que estallara la Revolución, entre cuyas demandas más importantes estaba la autonomía del poder local; en fin, cuando en 1928 el presidente electo Álvaro Obregón maniobró en el Congreso para suprimir el gobierno municipal y cualquier forma de representación política de la ciudad de México, lo hizo en nombre de una revolución triunfante que proclamó el municipio libre.

En la ciudad de México existe una tensión estructural entre la representación política, el gobierno propio y la capitalidad. Esta última, interpretada como la ciudad y la caja chica del presidente de la República, prevaleció en las décadas doradas del autoritarismo priísta. De ahí la trayectoria legendaria del Departamento del Distrito Federal (1929-1997), esa Secretaría de Estado sin materia sectorial pero con mandato sobre el territorio y los derechos constitucionales de los ciudadanos. Es cierto, de todos modos, que la creación de la I Asamblea de Representantes (1988) y luego la elección por voto ciudadano del Jefe de Gobierno (1997) fueron pasos esenciales en el debilitamiento, que no desmantelamiento, del régimen autoritario mexicano.

Como se pudo ver en la sesión de la Cámara de Senadores que aprobó la siguiente reforma política y su calendario, el síndrome de abstinencia del oficialismo no ha concluido. La oportunidad de que por vez primera en su historia los ciudadanos de la capital elijan una fracción de un congreso constituyente abre caminos, sin duda. Pero los riesgos de retroceso están ahí. Hay muchos que añoran la ciudad del presidente y los tiempos en que las mujeres no tenían derecho a interrumpir el embarazo y los ciudadanos y ciudadanas homosexuales no eran protegidos por la ley y el salario mínimo importaba un comino. No hay rompecabezas, hay política; historia en estado puro.

Investigador de El Colegio de México

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