La Asamblea General de las Naciones Unidas estableció el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la  Mujer. Este año se llevará a cabo una campaña en contra de la violencia de género que durará 16 días. “Pinta el mundo de naranja” es una llamada a la acción para crear consciencia y poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas en todos los rincones del planeta.

La violencia contra la mujer, en todas sus formas, es una violación a los derechos humanos y es muy indignante saber que en 2015 sigue siendo una práctica común. Aproximadamente 70% de las mujeres sufren al menos un tipo de violencia en alguna etapa de su vida. En la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia se define como cualquier acción u omisión, basada en el género, que cause daño o sufrimiento tanto en el ámbito privado como en el público. Los tipos más comunes de violencia contra la mujer son física, sicológica-emocional, sexual y económica patrimonial. Es importante considerar que en un hecho pueden llevarse a cabo varios tipos de violencia.

Hoy quiero hablar de un tipo de violencia tan común que es casi invisible. Una que no por ser silenciosa es menos hiriente. Me refiero a la ocasionada por los prejuicios culturales basados en una lógica masculina y perpetuada de generación en generación. Aquí está la raíz de otras formas de violencia. No es tan evidente, pero la mayoría del tiempo está presente. Es difícil de identificar porque lamentablemente nos hemos acostumbrado a ella y son actitudes que, aunque parezcan normales e inocentes, son brutalmente ofensivas para las mujeres. Día con día, estas acciones pasan desapercibidas y eso es lo que lo hace más peligroso y más dañino. Lo convierte en un mal estructural, permitiendo que la discriminación por género sea una forma de vida.

Con este tipo de violencia silenciosa me refiero a actitudes en contra de la mujer presentes en la cotidianidad. Esta tendencia está tan arraigada en nuestra cultura que a veces nosotros mismos somos violentos sin darnos cuenta. Por ejemplo, cuando juzgamos a una mamá trabajadora, educamos a nuestros hijos para que no laven los trastes; declaramos que el rosa es para mujeres y el azul para los hombres; dividimos por género las carreras universitarias y el mercado laboral; tachamos de fracasada a una mujer que no se ha casado o no ha tenido hijos; despedimos a alguien porque está embarazada y ahora no podrá cumplir con sus responsabilidades; atribuimos un ascenso a un coqueteo con el jefe; educamos a nuestras niñas para ser hijas, esposas y madres. Cuántas veces escuchamos frases como “calladita te ves más bonita”, “mujer que sabe latín no tiene marido ni buen fin”, “claro, ella se lo buscó por traer una falda corta”.

Todas estas actitudes son una forma de maltrato. No son normales. No son correctas. La violencia física deja marcas, pero este tipo de violencia marca pautas históricas y perpetúa la desigualdad. No porque sean actitudes comunes debemos de fomentarlas. Que la sutileza aparente no nos anestesie. Al contrario, también en contra de la violencia silenciosa debemos levantar la voz.

La violencia contra las mujeres se puede evitar. La buena noticia es que está en nuestras manos prevenirla. El verdadero cambio está en nosotros, en las pequeñas cosas que podemos realizar en nuestro entorno. Yo hoy los invito a pintar su alma de naranja todo el año y realizar acciones por una cotidianidad libre de violencia de género. Juntos, cada día, en contra de la violencia silenciosa contra la mujer.

Fundadora de Angelíssima, FAF y FoCo.

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