La política y la mentira nacieron juntas, convirtiéndose, al paso de los siglos, en inseparable binomio. Tan redituable fue el vínculo que el siniestro ministro de propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, afirmó: “una mentira repetida mil veces se convierte en realidad”. Al igual que en la era dorada de los regímenes totalitarios que desataron la Segunda Guerra Mundial, los fascistas actuales siguen desvirtuando la verdad frente a la credulidad de las masas. Donald Trump y sus correligionarios hacen de la mentira y del vituperio una verdadera política pública. Todo lo que los contradiga o ponga en evidencia, son fake news; frente a la realidad objetiva inventan una alternative reality, y su desempeño se limita a un superficial show mediático con fines de distracción masiva. Así, los migrantes mexicanos son asesinos y violadores; todos los musulmanes son sangrientos terroristas; el TLCAN fue negociado por el demócrata Bill Clinton (¿?) y ha destruido la economía del país; México pagará el muro fronterizo; el presidente mexicano telefoneó para felicitarlo por la magnífica labor de que haya disminuido la migración ilegal; EU es la pobre víctima de los demás; el calentamiento global es un cuento chino; los rusos no intervinieron en las elecciones de 2016 y la familia Trump no tiene turbios negocios con ellos; Trump toma “vacaciones de trabajo”, etcétera.

En el extremo opuesto, el demagogo populista de la trasnochada izquierda tropical, Nicolás Maduro, intoxica con sus mentiras para mantenerse en el poder con el asesoramiento de una corte marxista de casi 17,000 cubanos, quienes han convertido a Venezuela en un protectorado de Raúl Castro. Sostiene que no es un dictador; que la “Asamblea Nacional Prostituyente” no es un burdo golpe de Estado; que los opositores son agentes terroristas del imperialismo yanqui; que no hay desabasto de alimentos ni medicinas; que la gente no se alimenta de los basureros, etcétera. Sus corrompidos corifeos y militares, los medios de comunicación confiscados y hasta líderes de la desvirtuada izquierda mexicana, quienes lucran como buenos burgueses, apoyan la embestida antidemocrática del bufón que recibe mensajes celestiales de los pajaritos. En Rusia, el nuevo Zar y la oligarquía a sus órdenes controlan los medios de comunicación y reprimen las protestas para dar la falsa imagen de una floreciente democracia. El también nuevo Sultán de Turquía simula un coup d’État para afianzar su poder y aplastar la oposición. En Gran Bretaña, la paranoica extrema derecha promovió el BREXIT con engaños y difamaciones. En nuestro país, el método para silenciar la verdad es más primario y directo: el asesinato o la desaparición de los periodistas que incomodan a los círculos de poder o al crimen organizado.

Frente al creciente autoritarismo no debe extrañar la proliferación de filtraciones (leaks) a cargo de whistleblowers (soplones, alertadores). Aunque se los sataniza y acusa de violar la ley, de ser desleales y hasta traidores, las torcidas actividades que desenmascaran no son más éticas, legales o encomiables que sus propias acciones. Si no fuera por Brady Manning o Edward Snowden, no conoceríamos los turbios manejos gubernamentales que revelaron, ni tampoco la corrupción de la elite global evidenciada por los “Panama Papers”. Los demagogos imponen una realidad inventada para encubrir sus fechorías, pero su propio proceder crea los anticuerpos que los delatan: en las filas de Trump y demás autócratas hay quienes defienden la libertad de expresión con sus filtraciones. Hoy más que nunca necesitamos de esos valientes y del periodismo profesional, imparcial y comprometido con la democracia, que combaten la posverdad de falsedades, embustes y chismes con la que se pretende manipularnos y subyugarnos.

Internacionalista, embajador de carrera,
académico

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